capitulo veinte:
lali se llevó la mano a la mejilla mientras abría los ojos y volvía a la
escena con su coche destrozado y el chico extraño.
No había pensado nunca en aquella noche. Pero entonces, en aquella
abrasadora carretera desierta, pudo sentir el ardor que su madre le había
dejado en la piel con la palma de la mano. Aquella había sido la única vez
que Diana le había pegado. Era la única vez que había asustado a lali.
Nunca volvieron a hablar del asunto y lali no volvió a derramar una
sola lágrima… hasta ese momento.
«No ha sido lo mismo», se dijo a sí misma. Aquellas lágrimas habían
sido torrenciales, vertidas por la ruptura de sus padres. Las repentinas
ganas de llorar por el Jeep machacado ya se habían replegado en su
interior, como si nunca hubieran salido a la superficie.
Unas nubes rápidas taparon el cielo y lo tiñeron de un gris desagradable.
lali miró hacia la intersección vacía, al mar de altas cañas de azúcar de
tono trigueño que bordeaba la carretera y al claro abierto y verde más allá
de los cultivos; todo estaba en calma, expectante. Tenía escalofríos,
temblaba, igual que después de correr un largo trecho sin agua en un día
caluroso.
—¿Qué acaba de pasar?
Se refería al cielo, a la lágrima, al accidente… a todo lo que había
sucedido desde que se lo había encontrado.
—Una especie de eclipse, quizá —respondió él.
lali giró la cabeza para que la oreja derecha estuviera más cerca de él
y así poder oírle con claridad. No soportaba el audífono que le habían
puesto después del accidente. Nunca lo llevaba. Había metido el estuche en
alguna parte del fondo de su armario y le había dicho a Rhoda que le daba
dolor de cabeza. Se había acostumbrado a volver la cara tan sutilmente que
la mayoría de la gente ni se daba cuenta. Pero ese chico parecía que sí y se
acercó más a su oído bueno.
—Parece que ya ha terminado
Su piel pálida brillaba en la peculiar oscuridad. Eran solo las cuatro,
pero el cielo estaba tan poco iluminado como en las horas antes del
amanecer.
lali señaló su ojo y luego el del chico, el destino de su lágrima.
—¿Por qué has…?
No sabía cómo formular la pregunta; era muy extraño. Se le quedó
mirando. Llevaba unos bonitos vaqueros oscuros y el tipo de camisa
blanca, planchada, que no se veía en los jóvenes del bayou. Sus zapatos
marrones, acordonados, estaban pulidos. No parecía de por allí. Pero la
gente siempre decía eso mismo de lali, y ella había nacido y se había
criado en New Iberia.
Estudió su rostro, la forma de su nariz, la manera en que sus pupilas se
dilataban bajo su escrutinio. Por un momento, los rasgos del chico
parecieron nublarse, como si lali le estuviera mirando bajo el agua. Se
le ocurrió que si le pidieran que lo describiera al día siguiente, era muy
probable que no recordara su cara. Se restregó los ojos. Estúpidas lágrimas.
Cuando volvió a mirarle, vio sus rasgos definidos, nítidos. Eran unos
bonitos rasgos. No había nada raro en ellos. Sin embargo… la lágrima. Ella
no lloraba. ¿Qué le había ocurrido?
—Me llamo peter.
Le tendió la mano educadamente, como si hiciera un momento no le
hubiera secado el ojo con toda confianza, como si no acabara de hacer la
cosa más extraña y sexy que nadie hubiera hecho jamás.
—lali.
Le estrechó la mano. ¿Le sudaba la palma o era la de él?
—¿De dónde sale un nombre como ese?
La gente de por allí suponía que la habían llamado lali por un
pueblecito del norte de Luisiana. Probablemente creían que sus padres
habían hecho una escapada de fin de semana en verano, con el viejo
Continental de su padre, y que pasaron allí la noche cuando se quedaron sin
gasolina. Nunca le había contado a nadie la historia real, salvo a Brooks y a
Cat. Costaba convencer a la gente de que pasaban cosas más allá de lo que
ellos conocían.
La verdad era que cuando la madre adolescente de lali supo que
estaba preñada, salió enseguida de Luisiana. Condujo hacia el oeste en
mitad de la noche, saltándose de mala manera todas las estrictas normas de
sus padres y terminó en una cooperativa hippy cerca del lago Shasta, en
California,
que el padre de lali seguía llamando «el vórtice».
«Pero volví, ¿no? —Se había reído Diana cuando era joven y todavía
estaba enamorada de su padre—. Yo siempre vuelvo.»
----------------------continuara-----------------------------------------------
besos isi comenten mas y hay maratón
lali se llevó la mano a la mejilla mientras abría los ojos y volvía a la
escena con su coche destrozado y el chico extraño.
No había pensado nunca en aquella noche. Pero entonces, en aquella
abrasadora carretera desierta, pudo sentir el ardor que su madre le había
dejado en la piel con la palma de la mano. Aquella había sido la única vez
que Diana le había pegado. Era la única vez que había asustado a lali.
Nunca volvieron a hablar del asunto y lali no volvió a derramar una
sola lágrima… hasta ese momento.
«No ha sido lo mismo», se dijo a sí misma. Aquellas lágrimas habían
sido torrenciales, vertidas por la ruptura de sus padres. Las repentinas
ganas de llorar por el Jeep machacado ya se habían replegado en su
interior, como si nunca hubieran salido a la superficie.
Unas nubes rápidas taparon el cielo y lo tiñeron de un gris desagradable.
lali miró hacia la intersección vacía, al mar de altas cañas de azúcar de
tono trigueño que bordeaba la carretera y al claro abierto y verde más allá
de los cultivos; todo estaba en calma, expectante. Tenía escalofríos,
temblaba, igual que después de correr un largo trecho sin agua en un día
caluroso.
—¿Qué acaba de pasar?
Se refería al cielo, a la lágrima, al accidente… a todo lo que había
sucedido desde que se lo había encontrado.
—Una especie de eclipse, quizá —respondió él.
lali giró la cabeza para que la oreja derecha estuviera más cerca de él
y así poder oírle con claridad. No soportaba el audífono que le habían
puesto después del accidente. Nunca lo llevaba. Había metido el estuche en
alguna parte del fondo de su armario y le había dicho a Rhoda que le daba
dolor de cabeza. Se había acostumbrado a volver la cara tan sutilmente que
la mayoría de la gente ni se daba cuenta. Pero ese chico parecía que sí y se
acercó más a su oído bueno.
—Parece que ya ha terminado
Su piel pálida brillaba en la peculiar oscuridad. Eran solo las cuatro,
pero el cielo estaba tan poco iluminado como en las horas antes del
amanecer.
lali señaló su ojo y luego el del chico, el destino de su lágrima.
—¿Por qué has…?
No sabía cómo formular la pregunta; era muy extraño. Se le quedó
mirando. Llevaba unos bonitos vaqueros oscuros y el tipo de camisa
blanca, planchada, que no se veía en los jóvenes del bayou. Sus zapatos
marrones, acordonados, estaban pulidos. No parecía de por allí. Pero la
gente siempre decía eso mismo de lali, y ella había nacido y se había
criado en New Iberia.
Estudió su rostro, la forma de su nariz, la manera en que sus pupilas se
dilataban bajo su escrutinio. Por un momento, los rasgos del chico
parecieron nublarse, como si lali le estuviera mirando bajo el agua. Se
le ocurrió que si le pidieran que lo describiera al día siguiente, era muy
probable que no recordara su cara. Se restregó los ojos. Estúpidas lágrimas.
Cuando volvió a mirarle, vio sus rasgos definidos, nítidos. Eran unos
bonitos rasgos. No había nada raro en ellos. Sin embargo… la lágrima. Ella
no lloraba. ¿Qué le había ocurrido?
—Me llamo peter.
Le tendió la mano educadamente, como si hiciera un momento no le
hubiera secado el ojo con toda confianza, como si no acabara de hacer la
cosa más extraña y sexy que nadie hubiera hecho jamás.
—lali.
Le estrechó la mano. ¿Le sudaba la palma o era la de él?
—¿De dónde sale un nombre como ese?
La gente de por allí suponía que la habían llamado lali por un
pueblecito del norte de Luisiana. Probablemente creían que sus padres
habían hecho una escapada de fin de semana en verano, con el viejo
Continental de su padre, y que pasaron allí la noche cuando se quedaron sin
gasolina. Nunca le había contado a nadie la historia real, salvo a Brooks y a
Cat. Costaba convencer a la gente de que pasaban cosas más allá de lo que
ellos conocían.
La verdad era que cuando la madre adolescente de lali supo que
estaba preñada, salió enseguida de Luisiana. Condujo hacia el oeste en
mitad de la noche, saltándose de mala manera todas las estrictas normas de
sus padres y terminó en una cooperativa hippy cerca del lago Shasta, en
California,
que el padre de lali seguía llamando «el vórtice».
«Pero volví, ¿no? —Se había reído Diana cuando era joven y todavía
estaba enamorada de su padre—. Yo siempre vuelvo.»
----------------------continuara-----------------------------------------------
besos isi comenten mas y hay maratón