jueves, 11 de junio de 2015

capitulo veinte: 
lali se llevó la mano a la mejilla mientras abría los ojos y volvía a la
escena con su coche destrozado y el chico extraño.
No había pensado nunca en aquella noche. Pero entonces, en aquella
abrasadora carretera desierta, pudo sentir el ardor que su madre le había
dejado en la piel con la palma de la mano. Aquella había sido la única vez
que Diana le había pegado. Era la única vez que había asustado a lali.
Nunca volvieron a hablar del asunto y lali no volvió a derramar una
sola lágrima… hasta ese momento.
«No ha sido lo mismo», se dijo a sí misma. Aquellas lágrimas habían
sido torrenciales, vertidas por la ruptura de sus padres. Las repentinas
ganas de llorar por el Jeep machacado ya se habían replegado en su
interior, como si nunca hubieran salido a la superficie.
Unas nubes rápidas taparon el cielo y lo tiñeron de un gris desagradable.
lali miró hacia la intersección vacía, al mar de altas cañas de azúcar de
tono trigueño que bordeaba la carretera y al claro abierto y verde más allá
de los cultivos; todo estaba en calma, expectante. Tenía escalofríos,
temblaba, igual que después de correr un largo trecho sin agua en un día
caluroso.
—¿Qué acaba de pasar?
Se refería al cielo, a la lágrima, al accidente… a todo lo que había
sucedido desde que se lo había encontrado.
—Una especie de eclipse, quizá —respondió él.
lali giró la cabeza para que la oreja derecha estuviera más cerca de él
y así poder oírle con claridad. No soportaba el audífono que le habían
puesto después del accidente. Nunca lo llevaba. Había metido el estuche en
alguna parte del fondo de su armario y le había dicho a Rhoda que le daba
dolor de cabeza. Se había acostumbrado a volver la cara tan sutilmente que
la mayoría de la gente ni se daba cuenta. Pero ese chico parecía que sí y se
acercó más a su oído bueno.
—Parece que ya ha terminado
Su piel pálida brillaba en la peculiar oscuridad. Eran solo las cuatro,
pero el cielo estaba tan poco iluminado como en las horas antes del
amanecer.
lali señaló su ojo y luego el del chico, el destino de su lágrima.
—¿Por qué has…?
No sabía cómo formular la pregunta; era muy extraño. Se le quedó
mirando. Llevaba unos bonitos vaqueros oscuros y el tipo de camisa
blanca, planchada, que no se veía en los jóvenes del bayou. Sus zapatos
marrones, acordonados, estaban pulidos. No parecía de por allí. Pero la
gente siempre decía eso mismo de lali, y ella había nacido y se había
criado en New Iberia.
Estudió su rostro, la forma de su nariz, la manera en que sus pupilas se
dilataban bajo su escrutinio. Por un momento, los rasgos del chico
parecieron nublarse, como si lali le estuviera mirando bajo el agua. Se
le ocurrió que si le pidieran que lo describiera al día siguiente, era muy
probable que no recordara su cara. Se restregó los ojos. Estúpidas lágrimas.
Cuando volvió a mirarle, vio sus rasgos definidos, nítidos. Eran unos
bonitos rasgos. No había nada raro en ellos. Sin embargo… la lágrima. Ella
no lloraba. ¿Qué le había ocurrido?
—Me llamo peter.
Le tendió la mano educadamente, como si hiciera un momento no le
hubiera secado el ojo con toda confianza, como si no acabara de hacer la
cosa más extraña y sexy que nadie hubiera hecho jamás.
—lali.
Le estrechó la mano. ¿Le sudaba la palma o era la de él?
—¿De dónde sale un nombre como ese?
La gente de por allí suponía que la habían llamado lali por un
pueblecito del norte de Luisiana. Probablemente creían que sus padres
habían hecho una escapada de fin de semana en verano, con el viejo
Continental de su padre, y que pasaron allí la noche cuando se quedaron sin
gasolina. Nunca le había contado a nadie la historia real, salvo a Brooks y a
Cat. Costaba convencer a la gente de que pasaban cosas más allá de lo que
ellos conocían.
La verdad era que cuando la madre adolescente de lali supo que
estaba preñada, salió enseguida de Luisiana. Condujo hacia el oeste en
mitad de la noche, saltándose de mala manera todas las estrictas normas de
sus padres y terminó en una cooperativa hippy cerca del lago Shasta, en
California,
 que el padre de lali seguía llamando «el vórtice».
«Pero volví, ¿no? —Se había reído Diana cuando era joven y todavía
estaba enamorada de su padre—. Yo siempre vuelvo.»
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besos isi comenten mas y hay maratón

martes, 9 de junio de 2015

capitulo diecinueve:

Pero aquello parecía distinto, estaba bañado en una horrible
sensación de definitivo. Cayó de rodillas y apoyó la frente en la barandilla.
Una lágrima resbaló por su mejilla. Sola, arriba, en las escaleras, lali
emitió un doloroso sollozo.
Por encima de ella sonó una explosión de cristales rotos. Se agachó y se
cubrió la cabeza. Al mirar entre los dedos, vio que el viento había
empujado una rama grande del roble del patio trasero hacia la ventana del
segundo piso. Una lluvia de cristales le cayó sobre la cabeza y el agua
comenzó a entrar por el agujero. La espalda del camisón de algodón de
lali estaba empapada.
—¡lali! —gritó su padre, que subió corriendo las escaleras.
Pero antes de que pudiera alcanzarla se oyó un extraño crujido en el
pasillo de abajo. Cuando su padre se daba la vuelta para localizarlo, lali
observó que la puerta del armario del calentador estallaba por las bisagras.
Una enorme masa de agua salió a chorro del interior del pequeño
armario. La puerta de madera giró hasta quedar de lado, como una balsa
que montara una ola. lali tardó unos instantes en darse cuenta de que el
depósito de agua se había partido por la mitad y su contenido estaba
convirtiendo el pasillo en una bañera gigante. Las tuberías silbaban por las
paredes y se retorcían como culebras mientras el agua salía a borbotones,
empapando la alfombra y salpicando el último escalón. La fuerza de la
fuga volcó las sillas de la cocina. Con una de ellas tropezó Diana, que
también se dirigía ya hacia lali.
—¡Solo va a empeorar! —le gritó Diana a su marido.
Apartó la silla de un empujón y se puso derecha. Cuando miró a lali,
una extraña expresión se dibujó en su rostro.
Su padre había recorrido la mitad de las escaleras. Su mirada oscilaba
entre su hija y el agua que salía del depósito a chorros, como si no supiera
qué atender primero. Cuando el agua empujó el armario roto hacia la mesa
de centro del salón, el estallido de cristales sobresaltó a lali. Su padre
le lanzó a Diana una mirada de odio que cruzó el espacio entre ellos como
un rayo.
—¡Te dije que deberíamos haber llamado a un fontanero de verdad en
vez de al idiota de tu hermano! —Señaló con la mano a lali, cuyo llanto
se había convertido en un gemido ronco—. Consuélala.
Pero Diana ya había adelantado a su marido en las escaleras. Cogió a
lali en brazos, le sacudió los cristales del pelo y la llevó de vuelta a su
 habitación, 
lejos de la ventana y el árbol invasor. Los pies de Diana dejaron
huellas sobre la alfombra empapada. Tenía la cara y la ropa mojadas. Sentó
a lali en la vieja cama con dosel y la agarró de los hombros
bruscamente; sus ojos reflejaban una salvaje intensidad.
lali se sorbió la nariz.
—Tengo miedo.
Diana miró a su hija como si no supiera quién era. Después echó la
palma de la mano hacia atrás y le dio una bofetada fuerte.
lali se quedó paralizada a mitad de un gemido, demasiado asombrada
para moverse o respirar. La casa entera pareció retumbar con la bofetada.
Diana se acercó, clavó la mirada en su hija y dijo con el tono más grave
que lali había oído nunca:
—No vuelvas a llorar jamás.
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perdón el colegio me consume :( en un rato subo el cap 20
-besos isi

domingo, 17 de mayo de 2015

capitulo dieciocho:

Oyó la voz de su madre:
—¡Siempre piensas lo peor de todos!
Y su padre:—¡Al menos yo pienso!
Luego se oyó como se rompía algo de cristal contra las baldosas de la
cocina. Un fuerte olor salobre subió a la planta de arriba, y lali supo
que Diana había roto los botes de quimbombó que su padre tenía en
conserva en el alféizar de la ventana. Oyó palabrotas y más estruendos. El
viento ululaba fuera de la casa y el granizo hacía vibrar las ventanas.
—¡No voy a quedarme aquí sentada! —gritó Diana—. ¡No esperaré a
ahogarme!
—Mira ahí fuera —dijo el padre—. No puedes irte ahora. Sería peor
marcharse.
—Para mí no. Ni para lali.
Su padre se quedó callado. lali podía imaginárselo mirando a su
mujer, que herviría de una manera como él nunca habría dejado hervir sus
salsas. Siempre le decía a lali que el único fuego que debía usarse
cuando querías una salsa era el mínimo. Diana, en cambio, nunca tuvo
demasiado temple.
—¡Dilo! —gritó Diana.
—Te gustaría marcharte aunque no hubiera ningún huracán —contestó
él—. Huir. Así es como eres. Pero no puedes desaparecer. Tienes una
hija…
—Me llevaré a lali.
—Me tienes a mí —dijo su padre con voz temblorosa.
Diana no respondió. Las luces parpadearon y luego se apagaron
definitivamente.
Justo al otro lado de la puerta del dormitorio de lali  había un rellano
que daba encima de la cocina. Salió sigilosamente de su habitación y se
agarró a la barandilla. Vio como sus padres encendían velas y gritaban
sobre de quién era la culpa de que no tuvieran más. Cuando Diana dejó un
candelabro encima de la chimenea, lali advirtió la maleta de flores,
hecha, al pie de las escaleras.
Diana había decidido irse antes de que aquella pelea hubiera siquiera
empezado.
Si su padre se quedaba y su madre se iba, ¿qué le pasaría a lali?
Nadie le había dicho que hiciera las maletas.
Odiaba cuando su madre se marchaba una semana a una excavación 
arqueológica.
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lo que tuvo que soportar uwu....sorry por no subir antes las clases me deprimen comenten y mas 
-besos isi

jueves, 7 de mayo de 2015

capitulo diecisiete:
—No —dijo el chico.
—¿No qué?
Le tembló la voz justo cuando unas lágrimas inesperadas se acumularon
en sus ojos. Eran muy extrañas y nublaban su visión perfecta.
El cielo estalló y retumbó en el interior de lali de la manera en que lo
hacían las más grandes tormentas eléctricas. Unas nubes oscuras pasaron
por detrás de los árboles y sellaron el cielo con una tormenta verde
grisácea. lali se preparó para un aguacero.
Una única lágrima se derramó por la comisura del ojo izquierdo y estaba
a punto de deslizarse por la mejilla. Pero antes de que lo hiciera…
El chico levantó el dedo índice hacia ella y cogió la lágrima con la
yema. Muy despacio, como si sostuviera algo valioso, apartó la gota salada
de la joven y la llevó hacia su propia cara. La introdujo por la comisura de
su ojo derecho, luego parpadeó y desapareció.
—Ya está —susurró—. Se acabaron las lágrimas.

lali se tocó las comisuras de los ojos con el pulgar y el índice.
Parpadeó y recordó la última vez que había llorado…
Fue la noche antes de que el huracán Rita devastara New Iberia. Una
cálida y húmeda noche de septiembre, unas semanas después del Katrina,
el huracán azotó su ciudad… y los débiles diques del matrimonio de los
padres de lali también acabaron desbordándose.
lali tenía nueve años. Había pasado un verano agitado, un tiempo
bajo el cuidado de cada uno. Si Diana la llevaba a pescar, desaparecía en la
habitación en cuanto llegaban a casa para dejar que el padre le quitara las
escamas al pescado y lo friera. Si su padre compraba entradas para ir al
cine, Diana se buscaba otros planes y a otra persona que ocupara su butaca.
Los veranos anteriores, cuando los tres juntos paseaban en barco por
Cypremort Point y su padre metía algodón de azúcar de la feria en la boca
de lali y Diana, parecían un sueño que lali apenas recordaba. Aquel
verano lo único que sus padres hicieron juntos fue discutir.
La pelea más grande llevaba meses fraguándose. Sus padres siempre
discutían en la cocina. Algo en la calma del padre, cuando removía y
hervía a fuego lento complicadas reducciones, parecía encender a Diana.
Cuanto más se caldeaban las cosas entre ellos, más utensilios de cocina del
padre rompía Diana. Había destrozado la picadora de carne y doblado los
rodillos de pasta. Cuando el huracán Rita llegó a la ciudad, no quedaban
más que tres platos enteros en la alacena.
La lluvia se intensificó al anochecer, pero no fue lo bastante fuerte para
ahogar la pelea de la planta baja. Había empezado cuando una amiga de
Diana les había ofrecido llevarles a Houston en su furgoneta. Diana quería
irse de allí; su padre prefería capear el temporal. Habían tenido el mismo
tipo de discusión unas cincuenta veces, ya fuera con huracanes o cielos
despejados. lali  dudaba entre meter la cabeza bajo la almohada y poner
la oreja en la pared para oír lo que decían sus padres.

lunes, 4 de mayo de 2015

capitulo dieciséis:
—Tú te has parado en la señal de stop. Soy yo el que te ha dado. Tu
monstrua lo comprenderá.
—Es evidente que no has tenido el placer de conocer a Rhoda.
—Dile que yo me encargaré de tu coche.
Le ignoró, caminó de vuelta al Jeep para coger su mochila y sacó el
teléfono de su soporte en el salpicadero. Llamaría a su padre primero.
Apretó el número dos de la memoria. En el número uno aún tenía el móvil
de Diana. lali  no podía cambiarlo.
Menuda sorpresa: el teléfono de su padre no dejaba de sonar. Después de
su largo turno a mediodía, tenía que preparar como tres millones de kilos
de marisco hervido antes de salir del restaurante, así que seguramente tenía
las manos llenas de antenas de gambas.
—Te lo prometo —estaba diciendo el chico de fondo—, todo va a salir
bien. Te lo compensaré. Mira, me llamo…
—Chisss. —Levantó una mano, le dio la espalda y avanzó hasta quedar
al borde del campo de caña de azúcar—. Me he despistado con tu «Es una
Chevy».
—Lo siento. —La siguió y sus zapatos aplastaron los gruesos tallos de
caña cerca de la carretera—. Deja que te explique…
lali  buscó entre sus contactos el número de Rhoda. Rara vez llamaba
a la esposa de su padre, pero en esa situación no le quedaba más remedio.
El teléfono dio seis tonos antes de que se oyera el mensaje interminable del
buzón de voz de Rhoda.
—¡Para una vez que de verdad quiero que lo coja!
Marcó el número de su padre una y otra vez. Probó con el de Rhoda dos
veces más antes de meterse el móvil en el bolsillo. Contempló como el sol
se escondía tras las copas de los árboles. Sus compañeras de equipo ya
estarían vestidas para la carrera. La entrenadora echaría un vistazo al
aparcamiento para ver si estaba el coche de lali. La muñeca derecha
seguía dándole punzadas. Apretó los ojos por el dolor mientras se la
llevaba al pecho. Se había quedado tirada. Comenzó a temblar.
«Encuentra cómo salir de la madriguera, niña.»
La voz de Diana sonó tan cerca que lali se mareó. Se le puso la carne
de gallina en los brazos y algo le abrasó la garganta. Al abrir los ojos, el
chico estaba justo delante de ella. La miraba con una preocupación
cándida, del modo en que ella miraba a los mellizos cuando uno de ellos
estaba muy enfermo.
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-corto pero despues subo mas
-comenten

sábado, 2 de mayo de 2015

capitulo quince:
—Increíble. —Fulminó con la mirada al tipo—. Tu coche está intacto.
—¿Qué esperabas? Es una Chevy —respondió el chico con un acento del
bayou fingido, citando un insufrible anuncio de aquellas camionetas que
emitían cuando lali era pequeña. Era otra de esas cosas que la gente
decía y no significaban nada.
Él forzó una carcajada y examinó su cara. lali sabía que se ponía
colorada cuando estaba enfadada. Brooks la llamaba «el Fuego del Bayou».
—¿Que qué espero? —Se acercó al chico—. Espero poder meterme en
un coche sin que mi vida se vea amenazada. Espero que la gente que me
rodea en la carretera tenga una base sobre las normas de tráfico. Espero
que el tío que tengo pegado al culo no actúe de manera tan engreída.
Se dio cuenta de que había llevado el estallido demasiado cerca. Sus
cuerpos estaban a solo unos centímetros y tuvo que echar el cuello atrás, lo
que le dolió, para mirar aquellos ojos azules. Era poco más alto que lali
y ella medía un metro sesenta y cinco.
—Pero supongo que espero demasiado. Ni siquiera tienes seguro,
imbécil.
Todavía estaban muy pegados, únicamente porque lali había creído
que el chico retrocedería. No lo hizo. Su aliento le hacía cosquillas en la
frente. Él ladeo la cabeza, para observarla con más detenimiento,
estudiándola con más concentración de la que ponía ella cuando se
preparaba para un examen. Parpadeó unas cuantas veces y después, muy
despacio, sonrió.
A medida que la sonrisa se extendía por su cara, algo se iba agitando en
el interior de lali. Contra su voluntad, ansiaba devolverle el gesto. No
tenía sentido. El chico le sonreía como si fueran viejos amigos, como se
habrían reído Brooks y ella si uno de ellos le hubiera dado al coche del
otro. Pero lali y aquel chaval no se conocían de nada. Y aun así, para
cuando su amplia sonrisa dio paso a una suave risita íntima, las comisuras
de los labios de lali también se arquearon hacia arriba.
—¿Por qué sonríes? —Su intención era reprenderle, pero le salió como
una risa, lo que la sorprendió y luego la enfureció. Se dio la vuelta—. Da
igual. No hables. Mi monstruastra va a matarme.
—No ha sido culpa tuya. —El chico sonrió como si hubiera ganado el
Premio Nobel de los paletos—. No lo has provocado tú.
—Nadie provoca algo así —masculló.

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cambie el porte porqueen el libro sale 1.75 osea es mucho por eso 1.65
bue le gustara el chico o que?
-besos isi
-comenten

viernes, 1 de mayo de 2015

capitulo catorce:
La muchacha salió de forma poco elegante del coche y aterrizó
a cuatro patas en medio de la carretera polvorienta. Gruñó. Le escocían las
mejillas y la nariz por la quemadura del airbag, y notó un dolor punzante
en la muñeca derecha.
El chico se agachó para ayudarla. Tenía unos ojos asombrosamente
azules.
—No te preocupes. —Ella se levantó y se sacudió el polvo de la falda.
Giró el cuello, que le dolía, aunque no era nada en comparación con su
estado tras el otro accidente. Miró la camioneta blanca que le había dado y
luego, al chico—. ¿A tí que te pasa? —gritó—. ¿No has visto la señal de
stop?
—Lo siento. —Su voz era dulce y suave, pero lali no estaba segura
de si lo sentía de verdad.
—¿Acaso has intentado parar?
—No he visto…
—¿No has visto el enorme coche rojo que tenías delante?
Se dio la vuelta para examinar a Magda. Al ver los daños, maldijo de tal
forma que la oyeron en todo el condado.
La parte trasera parecía un acordeón zydeco, hundida hasta el asiento de
atrás, donde la matrícula ahora estaba incrustada. La luna trasera había
quedado hecha añicos y algunos fragmentos colgaban de su perímetro
como amenazantes carámbanos. Los neumáticos traseros estaban torcidos
hacia los lados.
Respiró hondo y recordó que, de todas formas, el coche era el símbolo
de estatus de Rhoda, no algo que a ella le gustara. Magda estaba hecha
polvo, no cabía duda. Pero ¿qué haría lali entonces?
Quedaban treinta minutos para la carrera y dieciséis kilómetros todavía
hasta el colegio. Si no se presentaba, la entrenadora pensaría que estaba
pasando de ella.
—Necesito la información de tu seguro —dijo, recordando la frase con
la que su padre la había estado machacando meses antes de que se sacara el
carnet de conducir.
—¿Mi seguro?
El chico negó con la cabeza y se encogió de hombros.
Ella le dio una patada a una rueda de su camioneta. Era vieja,
probablemente de principios de los ochenta, y le habría parecido guay si no
le hubiera aplastado el coche. Se le había abierto el capó, pero no tenía ni
un  rasguño
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-cortito lose pero luego subo otro
-nara gracias por mandarme la nove besos
-besos x2 isi