capitulo diecisiete:
—No —dijo el chico.
—¿No qué?
Le tembló la voz justo cuando unas lágrimas inesperadas se acumularon
en sus ojos. Eran muy extrañas y nublaban su visión perfecta.
El cielo estalló y retumbó en el interior de lali de la manera en que lo
hacían las más grandes tormentas eléctricas. Unas nubes oscuras pasaron
por detrás de los árboles y sellaron el cielo con una tormenta verde
grisácea. lali se preparó para un aguacero.
Una única lágrima se derramó por la comisura del ojo izquierdo y estaba
a punto de deslizarse por la mejilla. Pero antes de que lo hiciera…
El chico levantó el dedo índice hacia ella y cogió la lágrima con la
yema. Muy despacio, como si sostuviera algo valioso, apartó la gota salada
de la joven y la llevó hacia su propia cara. La introdujo por la comisura de
su ojo derecho, luego parpadeó y desapareció.
—Ya está —susurró—. Se acabaron las lágrimas.
lali se tocó las comisuras de los ojos con el pulgar y el índice.
Parpadeó y recordó la última vez que había llorado…
Fue la noche antes de que el huracán Rita devastara New Iberia. Una
cálida y húmeda noche de septiembre, unas semanas después del Katrina,
el huracán azotó su ciudad… y los débiles diques del matrimonio de los
padres de lali también acabaron desbordándose.
lali tenía nueve años. Había pasado un verano agitado, un tiempo
bajo el cuidado de cada uno. Si Diana la llevaba a pescar, desaparecía en la
habitación en cuanto llegaban a casa para dejar que el padre le quitara las
escamas al pescado y lo friera. Si su padre compraba entradas para ir al
cine, Diana se buscaba otros planes y a otra persona que ocupara su butaca.
Los veranos anteriores, cuando los tres juntos paseaban en barco por
Cypremort Point y su padre metía algodón de azúcar de la feria en la boca
de lali y Diana, parecían un sueño que lali apenas recordaba. Aquel
verano lo único que sus padres hicieron juntos fue discutir.
La pelea más grande llevaba meses fraguándose. Sus padres siempre
discutían en la cocina. Algo en la calma del padre, cuando removía y
hervía a fuego lento complicadas reducciones, parecía encender a Diana.
Cuanto más se caldeaban las cosas entre ellos, más utensilios de cocina del
padre rompía Diana. Había destrozado la picadora de carne y doblado los
rodillos de pasta. Cuando el huracán Rita llegó a la ciudad, no quedaban
más que tres platos enteros en la alacena.
La lluvia se intensificó al anochecer, pero no fue lo bastante fuerte para
ahogar la pelea de la planta baja. Había empezado cuando una amiga de
Diana les había ofrecido llevarles a Houston en su furgoneta. Diana quería
irse de allí; su padre prefería capear el temporal. Habían tenido el mismo
tipo de discusión unas cincuenta veces, ya fuera con huracanes o cielos
despejados. lali dudaba entre meter la cabeza bajo la almohada y poner
la oreja en la pared para oír lo que decían sus padres.
—No —dijo el chico.
—¿No qué?
Le tembló la voz justo cuando unas lágrimas inesperadas se acumularon
en sus ojos. Eran muy extrañas y nublaban su visión perfecta.
El cielo estalló y retumbó en el interior de lali de la manera en que lo
hacían las más grandes tormentas eléctricas. Unas nubes oscuras pasaron
por detrás de los árboles y sellaron el cielo con una tormenta verde
grisácea. lali se preparó para un aguacero.
Una única lágrima se derramó por la comisura del ojo izquierdo y estaba
a punto de deslizarse por la mejilla. Pero antes de que lo hiciera…
El chico levantó el dedo índice hacia ella y cogió la lágrima con la
yema. Muy despacio, como si sostuviera algo valioso, apartó la gota salada
de la joven y la llevó hacia su propia cara. La introdujo por la comisura de
su ojo derecho, luego parpadeó y desapareció.
—Ya está —susurró—. Se acabaron las lágrimas.
lali se tocó las comisuras de los ojos con el pulgar y el índice.
Parpadeó y recordó la última vez que había llorado…
Fue la noche antes de que el huracán Rita devastara New Iberia. Una
cálida y húmeda noche de septiembre, unas semanas después del Katrina,
el huracán azotó su ciudad… y los débiles diques del matrimonio de los
padres de lali también acabaron desbordándose.
lali tenía nueve años. Había pasado un verano agitado, un tiempo
bajo el cuidado de cada uno. Si Diana la llevaba a pescar, desaparecía en la
habitación en cuanto llegaban a casa para dejar que el padre le quitara las
escamas al pescado y lo friera. Si su padre compraba entradas para ir al
cine, Diana se buscaba otros planes y a otra persona que ocupara su butaca.
Los veranos anteriores, cuando los tres juntos paseaban en barco por
Cypremort Point y su padre metía algodón de azúcar de la feria en la boca
de lali y Diana, parecían un sueño que lali apenas recordaba. Aquel
verano lo único que sus padres hicieron juntos fue discutir.
La pelea más grande llevaba meses fraguándose. Sus padres siempre
discutían en la cocina. Algo en la calma del padre, cuando removía y
hervía a fuego lento complicadas reducciones, parecía encender a Diana.
Cuanto más se caldeaban las cosas entre ellos, más utensilios de cocina del
padre rompía Diana. Había destrozado la picadora de carne y doblado los
rodillos de pasta. Cuando el huracán Rita llegó a la ciudad, no quedaban
más que tres platos enteros en la alacena.
La lluvia se intensificó al anochecer, pero no fue lo bastante fuerte para
ahogar la pelea de la planta baja. Había empezado cuando una amiga de
Diana les había ofrecido llevarles a Houston en su furgoneta. Diana quería
irse de allí; su padre prefería capear el temporal. Habían tenido el mismo
tipo de discusión unas cincuenta veces, ya fuera con huracanes o cielos
despejados. lali dudaba entre meter la cabeza bajo la almohada y poner
la oreja en la pared para oír lo que decían sus padres.
pobre que feo! Quiero más
ResponderEliminarUn tanto duro ,y más tan niña.
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