jueves, 11 de junio de 2015

capitulo veinte: 
lali se llevó la mano a la mejilla mientras abría los ojos y volvía a la
escena con su coche destrozado y el chico extraño.
No había pensado nunca en aquella noche. Pero entonces, en aquella
abrasadora carretera desierta, pudo sentir el ardor que su madre le había
dejado en la piel con la palma de la mano. Aquella había sido la única vez
que Diana le había pegado. Era la única vez que había asustado a lali.
Nunca volvieron a hablar del asunto y lali no volvió a derramar una
sola lágrima… hasta ese momento.
«No ha sido lo mismo», se dijo a sí misma. Aquellas lágrimas habían
sido torrenciales, vertidas por la ruptura de sus padres. Las repentinas
ganas de llorar por el Jeep machacado ya se habían replegado en su
interior, como si nunca hubieran salido a la superficie.
Unas nubes rápidas taparon el cielo y lo tiñeron de un gris desagradable.
lali miró hacia la intersección vacía, al mar de altas cañas de azúcar de
tono trigueño que bordeaba la carretera y al claro abierto y verde más allá
de los cultivos; todo estaba en calma, expectante. Tenía escalofríos,
temblaba, igual que después de correr un largo trecho sin agua en un día
caluroso.
—¿Qué acaba de pasar?
Se refería al cielo, a la lágrima, al accidente… a todo lo que había
sucedido desde que se lo había encontrado.
—Una especie de eclipse, quizá —respondió él.
lali giró la cabeza para que la oreja derecha estuviera más cerca de él
y así poder oírle con claridad. No soportaba el audífono que le habían
puesto después del accidente. Nunca lo llevaba. Había metido el estuche en
alguna parte del fondo de su armario y le había dicho a Rhoda que le daba
dolor de cabeza. Se había acostumbrado a volver la cara tan sutilmente que
la mayoría de la gente ni se daba cuenta. Pero ese chico parecía que sí y se
acercó más a su oído bueno.
—Parece que ya ha terminado
Su piel pálida brillaba en la peculiar oscuridad. Eran solo las cuatro,
pero el cielo estaba tan poco iluminado como en las horas antes del
amanecer.
lali señaló su ojo y luego el del chico, el destino de su lágrima.
—¿Por qué has…?
No sabía cómo formular la pregunta; era muy extraño. Se le quedó
mirando. Llevaba unos bonitos vaqueros oscuros y el tipo de camisa
blanca, planchada, que no se veía en los jóvenes del bayou. Sus zapatos
marrones, acordonados, estaban pulidos. No parecía de por allí. Pero la
gente siempre decía eso mismo de lali, y ella había nacido y se había
criado en New Iberia.
Estudió su rostro, la forma de su nariz, la manera en que sus pupilas se
dilataban bajo su escrutinio. Por un momento, los rasgos del chico
parecieron nublarse, como si lali le estuviera mirando bajo el agua. Se
le ocurrió que si le pidieran que lo describiera al día siguiente, era muy
probable que no recordara su cara. Se restregó los ojos. Estúpidas lágrimas.
Cuando volvió a mirarle, vio sus rasgos definidos, nítidos. Eran unos
bonitos rasgos. No había nada raro en ellos. Sin embargo… la lágrima. Ella
no lloraba. ¿Qué le había ocurrido?
—Me llamo peter.
Le tendió la mano educadamente, como si hiciera un momento no le
hubiera secado el ojo con toda confianza, como si no acabara de hacer la
cosa más extraña y sexy que nadie hubiera hecho jamás.
—lali.
Le estrechó la mano. ¿Le sudaba la palma o era la de él?
—¿De dónde sale un nombre como ese?
La gente de por allí suponía que la habían llamado lali por un
pueblecito del norte de Luisiana. Probablemente creían que sus padres
habían hecho una escapada de fin de semana en verano, con el viejo
Continental de su padre, y que pasaron allí la noche cuando se quedaron sin
gasolina. Nunca le había contado a nadie la historia real, salvo a Brooks y a
Cat. Costaba convencer a la gente de que pasaban cosas más allá de lo que
ellos conocían.
La verdad era que cuando la madre adolescente de lali supo que
estaba preñada, salió enseguida de Luisiana. Condujo hacia el oeste en
mitad de la noche, saltándose de mala manera todas las estrictas normas de
sus padres y terminó en una cooperativa hippy cerca del lago Shasta, en
California,
 que el padre de lali seguía llamando «el vórtice».
«Pero volví, ¿no? —Se había reído Diana cuando era joven y todavía
estaba enamorada de su padre—. Yo siempre vuelvo.»
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besos isi comenten mas y hay maratón

martes, 9 de junio de 2015

capitulo diecinueve:

Pero aquello parecía distinto, estaba bañado en una horrible
sensación de definitivo. Cayó de rodillas y apoyó la frente en la barandilla.
Una lágrima resbaló por su mejilla. Sola, arriba, en las escaleras, lali
emitió un doloroso sollozo.
Por encima de ella sonó una explosión de cristales rotos. Se agachó y se
cubrió la cabeza. Al mirar entre los dedos, vio que el viento había
empujado una rama grande del roble del patio trasero hacia la ventana del
segundo piso. Una lluvia de cristales le cayó sobre la cabeza y el agua
comenzó a entrar por el agujero. La espalda del camisón de algodón de
lali estaba empapada.
—¡lali! —gritó su padre, que subió corriendo las escaleras.
Pero antes de que pudiera alcanzarla se oyó un extraño crujido en el
pasillo de abajo. Cuando su padre se daba la vuelta para localizarlo, lali
observó que la puerta del armario del calentador estallaba por las bisagras.
Una enorme masa de agua salió a chorro del interior del pequeño
armario. La puerta de madera giró hasta quedar de lado, como una balsa
que montara una ola. lali tardó unos instantes en darse cuenta de que el
depósito de agua se había partido por la mitad y su contenido estaba
convirtiendo el pasillo en una bañera gigante. Las tuberías silbaban por las
paredes y se retorcían como culebras mientras el agua salía a borbotones,
empapando la alfombra y salpicando el último escalón. La fuerza de la
fuga volcó las sillas de la cocina. Con una de ellas tropezó Diana, que
también se dirigía ya hacia lali.
—¡Solo va a empeorar! —le gritó Diana a su marido.
Apartó la silla de un empujón y se puso derecha. Cuando miró a lali,
una extraña expresión se dibujó en su rostro.
Su padre había recorrido la mitad de las escaleras. Su mirada oscilaba
entre su hija y el agua que salía del depósito a chorros, como si no supiera
qué atender primero. Cuando el agua empujó el armario roto hacia la mesa
de centro del salón, el estallido de cristales sobresaltó a lali. Su padre
le lanzó a Diana una mirada de odio que cruzó el espacio entre ellos como
un rayo.
—¡Te dije que deberíamos haber llamado a un fontanero de verdad en
vez de al idiota de tu hermano! —Señaló con la mano a lali, cuyo llanto
se había convertido en un gemido ronco—. Consuélala.
Pero Diana ya había adelantado a su marido en las escaleras. Cogió a
lali en brazos, le sacudió los cristales del pelo y la llevó de vuelta a su
 habitación, 
lejos de la ventana y el árbol invasor. Los pies de Diana dejaron
huellas sobre la alfombra empapada. Tenía la cara y la ropa mojadas. Sentó
a lali en la vieja cama con dosel y la agarró de los hombros
bruscamente; sus ojos reflejaban una salvaje intensidad.
lali se sorbió la nariz.
—Tengo miedo.
Diana miró a su hija como si no supiera quién era. Después echó la
palma de la mano hacia atrás y le dio una bofetada fuerte.
lali se quedó paralizada a mitad de un gemido, demasiado asombrada
para moverse o respirar. La casa entera pareció retumbar con la bofetada.
Diana se acercó, clavó la mirada en su hija y dijo con el tono más grave
que lali había oído nunca:
—No vuelvas a llorar jamás.
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perdón el colegio me consume :( en un rato subo el cap 20
-besos isi

domingo, 17 de mayo de 2015

capitulo dieciocho:

Oyó la voz de su madre:
—¡Siempre piensas lo peor de todos!
Y su padre:—¡Al menos yo pienso!
Luego se oyó como se rompía algo de cristal contra las baldosas de la
cocina. Un fuerte olor salobre subió a la planta de arriba, y lali supo
que Diana había roto los botes de quimbombó que su padre tenía en
conserva en el alféizar de la ventana. Oyó palabrotas y más estruendos. El
viento ululaba fuera de la casa y el granizo hacía vibrar las ventanas.
—¡No voy a quedarme aquí sentada! —gritó Diana—. ¡No esperaré a
ahogarme!
—Mira ahí fuera —dijo el padre—. No puedes irte ahora. Sería peor
marcharse.
—Para mí no. Ni para lali.
Su padre se quedó callado. lali podía imaginárselo mirando a su
mujer, que herviría de una manera como él nunca habría dejado hervir sus
salsas. Siempre le decía a lali que el único fuego que debía usarse
cuando querías una salsa era el mínimo. Diana, en cambio, nunca tuvo
demasiado temple.
—¡Dilo! —gritó Diana.
—Te gustaría marcharte aunque no hubiera ningún huracán —contestó
él—. Huir. Así es como eres. Pero no puedes desaparecer. Tienes una
hija…
—Me llevaré a lali.
—Me tienes a mí —dijo su padre con voz temblorosa.
Diana no respondió. Las luces parpadearon y luego se apagaron
definitivamente.
Justo al otro lado de la puerta del dormitorio de lali  había un rellano
que daba encima de la cocina. Salió sigilosamente de su habitación y se
agarró a la barandilla. Vio como sus padres encendían velas y gritaban
sobre de quién era la culpa de que no tuvieran más. Cuando Diana dejó un
candelabro encima de la chimenea, lali advirtió la maleta de flores,
hecha, al pie de las escaleras.
Diana había decidido irse antes de que aquella pelea hubiera siquiera
empezado.
Si su padre se quedaba y su madre se iba, ¿qué le pasaría a lali?
Nadie le había dicho que hiciera las maletas.
Odiaba cuando su madre se marchaba una semana a una excavación 
arqueológica.
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lo que tuvo que soportar uwu....sorry por no subir antes las clases me deprimen comenten y mas 
-besos isi

jueves, 7 de mayo de 2015

capitulo diecisiete:
—No —dijo el chico.
—¿No qué?
Le tembló la voz justo cuando unas lágrimas inesperadas se acumularon
en sus ojos. Eran muy extrañas y nublaban su visión perfecta.
El cielo estalló y retumbó en el interior de lali de la manera en que lo
hacían las más grandes tormentas eléctricas. Unas nubes oscuras pasaron
por detrás de los árboles y sellaron el cielo con una tormenta verde
grisácea. lali se preparó para un aguacero.
Una única lágrima se derramó por la comisura del ojo izquierdo y estaba
a punto de deslizarse por la mejilla. Pero antes de que lo hiciera…
El chico levantó el dedo índice hacia ella y cogió la lágrima con la
yema. Muy despacio, como si sostuviera algo valioso, apartó la gota salada
de la joven y la llevó hacia su propia cara. La introdujo por la comisura de
su ojo derecho, luego parpadeó y desapareció.
—Ya está —susurró—. Se acabaron las lágrimas.

lali se tocó las comisuras de los ojos con el pulgar y el índice.
Parpadeó y recordó la última vez que había llorado…
Fue la noche antes de que el huracán Rita devastara New Iberia. Una
cálida y húmeda noche de septiembre, unas semanas después del Katrina,
el huracán azotó su ciudad… y los débiles diques del matrimonio de los
padres de lali también acabaron desbordándose.
lali tenía nueve años. Había pasado un verano agitado, un tiempo
bajo el cuidado de cada uno. Si Diana la llevaba a pescar, desaparecía en la
habitación en cuanto llegaban a casa para dejar que el padre le quitara las
escamas al pescado y lo friera. Si su padre compraba entradas para ir al
cine, Diana se buscaba otros planes y a otra persona que ocupara su butaca.
Los veranos anteriores, cuando los tres juntos paseaban en barco por
Cypremort Point y su padre metía algodón de azúcar de la feria en la boca
de lali y Diana, parecían un sueño que lali apenas recordaba. Aquel
verano lo único que sus padres hicieron juntos fue discutir.
La pelea más grande llevaba meses fraguándose. Sus padres siempre
discutían en la cocina. Algo en la calma del padre, cuando removía y
hervía a fuego lento complicadas reducciones, parecía encender a Diana.
Cuanto más se caldeaban las cosas entre ellos, más utensilios de cocina del
padre rompía Diana. Había destrozado la picadora de carne y doblado los
rodillos de pasta. Cuando el huracán Rita llegó a la ciudad, no quedaban
más que tres platos enteros en la alacena.
La lluvia se intensificó al anochecer, pero no fue lo bastante fuerte para
ahogar la pelea de la planta baja. Había empezado cuando una amiga de
Diana les había ofrecido llevarles a Houston en su furgoneta. Diana quería
irse de allí; su padre prefería capear el temporal. Habían tenido el mismo
tipo de discusión unas cincuenta veces, ya fuera con huracanes o cielos
despejados. lali  dudaba entre meter la cabeza bajo la almohada y poner
la oreja en la pared para oír lo que decían sus padres.

lunes, 4 de mayo de 2015

capitulo dieciséis:
—Tú te has parado en la señal de stop. Soy yo el que te ha dado. Tu
monstrua lo comprenderá.
—Es evidente que no has tenido el placer de conocer a Rhoda.
—Dile que yo me encargaré de tu coche.
Le ignoró, caminó de vuelta al Jeep para coger su mochila y sacó el
teléfono de su soporte en el salpicadero. Llamaría a su padre primero.
Apretó el número dos de la memoria. En el número uno aún tenía el móvil
de Diana. lali  no podía cambiarlo.
Menuda sorpresa: el teléfono de su padre no dejaba de sonar. Después de
su largo turno a mediodía, tenía que preparar como tres millones de kilos
de marisco hervido antes de salir del restaurante, así que seguramente tenía
las manos llenas de antenas de gambas.
—Te lo prometo —estaba diciendo el chico de fondo—, todo va a salir
bien. Te lo compensaré. Mira, me llamo…
—Chisss. —Levantó una mano, le dio la espalda y avanzó hasta quedar
al borde del campo de caña de azúcar—. Me he despistado con tu «Es una
Chevy».
—Lo siento. —La siguió y sus zapatos aplastaron los gruesos tallos de
caña cerca de la carretera—. Deja que te explique…
lali  buscó entre sus contactos el número de Rhoda. Rara vez llamaba
a la esposa de su padre, pero en esa situación no le quedaba más remedio.
El teléfono dio seis tonos antes de que se oyera el mensaje interminable del
buzón de voz de Rhoda.
—¡Para una vez que de verdad quiero que lo coja!
Marcó el número de su padre una y otra vez. Probó con el de Rhoda dos
veces más antes de meterse el móvil en el bolsillo. Contempló como el sol
se escondía tras las copas de los árboles. Sus compañeras de equipo ya
estarían vestidas para la carrera. La entrenadora echaría un vistazo al
aparcamiento para ver si estaba el coche de lali. La muñeca derecha
seguía dándole punzadas. Apretó los ojos por el dolor mientras se la
llevaba al pecho. Se había quedado tirada. Comenzó a temblar.
«Encuentra cómo salir de la madriguera, niña.»
La voz de Diana sonó tan cerca que lali se mareó. Se le puso la carne
de gallina en los brazos y algo le abrasó la garganta. Al abrir los ojos, el
chico estaba justo delante de ella. La miraba con una preocupación
cándida, del modo en que ella miraba a los mellizos cuando uno de ellos
estaba muy enfermo.
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-corto pero despues subo mas
-comenten

sábado, 2 de mayo de 2015

capitulo quince:
—Increíble. —Fulminó con la mirada al tipo—. Tu coche está intacto.
—¿Qué esperabas? Es una Chevy —respondió el chico con un acento del
bayou fingido, citando un insufrible anuncio de aquellas camionetas que
emitían cuando lali era pequeña. Era otra de esas cosas que la gente
decía y no significaban nada.
Él forzó una carcajada y examinó su cara. lali sabía que se ponía
colorada cuando estaba enfadada. Brooks la llamaba «el Fuego del Bayou».
—¿Que qué espero? —Se acercó al chico—. Espero poder meterme en
un coche sin que mi vida se vea amenazada. Espero que la gente que me
rodea en la carretera tenga una base sobre las normas de tráfico. Espero
que el tío que tengo pegado al culo no actúe de manera tan engreída.
Se dio cuenta de que había llevado el estallido demasiado cerca. Sus
cuerpos estaban a solo unos centímetros y tuvo que echar el cuello atrás, lo
que le dolió, para mirar aquellos ojos azules. Era poco más alto que lali
y ella medía un metro sesenta y cinco.
—Pero supongo que espero demasiado. Ni siquiera tienes seguro,
imbécil.
Todavía estaban muy pegados, únicamente porque lali había creído
que el chico retrocedería. No lo hizo. Su aliento le hacía cosquillas en la
frente. Él ladeo la cabeza, para observarla con más detenimiento,
estudiándola con más concentración de la que ponía ella cuando se
preparaba para un examen. Parpadeó unas cuantas veces y después, muy
despacio, sonrió.
A medida que la sonrisa se extendía por su cara, algo se iba agitando en
el interior de lali. Contra su voluntad, ansiaba devolverle el gesto. No
tenía sentido. El chico le sonreía como si fueran viejos amigos, como se
habrían reído Brooks y ella si uno de ellos le hubiera dado al coche del
otro. Pero lali y aquel chaval no se conocían de nada. Y aun así, para
cuando su amplia sonrisa dio paso a una suave risita íntima, las comisuras
de los labios de lali también se arquearon hacia arriba.
—¿Por qué sonríes? —Su intención era reprenderle, pero le salió como
una risa, lo que la sorprendió y luego la enfureció. Se dio la vuelta—. Da
igual. No hables. Mi monstruastra va a matarme.
—No ha sido culpa tuya. —El chico sonrió como si hubiera ganado el
Premio Nobel de los paletos—. No lo has provocado tú.
—Nadie provoca algo así —masculló.

-----------------------------------continuara-----------------------------
cambie el porte porqueen el libro sale 1.75 osea es mucho por eso 1.65
bue le gustara el chico o que?
-besos isi
-comenten

viernes, 1 de mayo de 2015

capitulo catorce:
La muchacha salió de forma poco elegante del coche y aterrizó
a cuatro patas en medio de la carretera polvorienta. Gruñó. Le escocían las
mejillas y la nariz por la quemadura del airbag, y notó un dolor punzante
en la muñeca derecha.
El chico se agachó para ayudarla. Tenía unos ojos asombrosamente
azules.
—No te preocupes. —Ella se levantó y se sacudió el polvo de la falda.
Giró el cuello, que le dolía, aunque no era nada en comparación con su
estado tras el otro accidente. Miró la camioneta blanca que le había dado y
luego, al chico—. ¿A tí que te pasa? —gritó—. ¿No has visto la señal de
stop?
—Lo siento. —Su voz era dulce y suave, pero lali no estaba segura
de si lo sentía de verdad.
—¿Acaso has intentado parar?
—No he visto…
—¿No has visto el enorme coche rojo que tenías delante?
Se dio la vuelta para examinar a Magda. Al ver los daños, maldijo de tal
forma que la oyeron en todo el condado.
La parte trasera parecía un acordeón zydeco, hundida hasta el asiento de
atrás, donde la matrícula ahora estaba incrustada. La luna trasera había
quedado hecha añicos y algunos fragmentos colgaban de su perímetro
como amenazantes carámbanos. Los neumáticos traseros estaban torcidos
hacia los lados.
Respiró hondo y recordó que, de todas formas, el coche era el símbolo
de estatus de Rhoda, no algo que a ella le gustara. Magda estaba hecha
polvo, no cabía duda. Pero ¿qué haría lali entonces?
Quedaban treinta minutos para la carrera y dieciséis kilómetros todavía
hasta el colegio. Si no se presentaba, la entrenadora pensaría que estaba
pasando de ella.
—Necesito la información de tu seguro —dijo, recordando la frase con
la que su padre la había estado machacando meses antes de que se sacara el
carnet de conducir.
—¿Mi seguro?
El chico negó con la cabeza y se encogió de hombros.
Ella le dio una patada a una rueda de su camioneta. Era vieja,
probablemente de principios de los ochenta, y le habría parecido guay si no
le hubiera aplastado el coche. Se le había abierto el capó, pero no tenía ni
un  rasguño
-------------------------continuara----------------------------------------------
-cortito lose pero luego subo otro
-nara gracias por mandarme la nove besos
-besos x2 isi

jueves, 30 de abril de 2015

capitulo trece:
Cuando lali se paró en la señal de stop del cruce de la carretera vacía,
las hojas de un laurel se inclinaron en arco sobre el techo corredizo. Se
subió la manga de la rebeca verde del colegio y giró la muñeca derecha
unas cuantas veces, estudiando su antebrazo. La piel estaba tan pálida
como un pétalo de magnolia. El diámetro del brazo parecía haberse
reducido a la mitad del izquierdo. Era raro y lali se sentía avergonzada.
Después comenzó a avergonzarse de tener vergüenza. Estaba viva; su
madre no…
Unos neumáticos chirriaron detrás de ella. Una fuerte sacudida le hizo
separar los labios en un grito de sorpresa cuando Magda daba un bandazo
hacia delante. lali pisó el freno y el airbag se abrió como una medusa.
La fuerza de la áspera tela le irritó las mejillas y la nariz. Su cabeza chocó
contra el reposacabezas. Emitió un grito ahogado cuando la respiración se
le cortó y cada músculo de su cuerpo se contrajo. El estruendo del metal
aplastado hizo que la música del estéreo sonara inquietantemente nueva.
lali la escuchó unos instantes y oyó que la letra decía «no siempre es
justo» antes de darse cuenta de que habían chocado contra ella.
Abrió los ojos de repente y empujó la puerta, olvidándose de que tenía
puesto el cinturón. Cuando levantó el pie del freno, el coche avanzó de un
tirón. Apagó el motor de Magda. Agitó las manos debajo del airbag, que se
desinflaba. Estaba desesperada por liberarse.
Una sombra cayó sobre su cuerpo y le produjo una extraña sensación de
déjà vu. Alguien estaba fuera del coche, mirando hacia dentro.
Ella alzó la vista…
—Tú. —Suspiró involuntariamente.
No había visto antes a ese chico. Tenía la piel tan pálida como su brazo
desenyesado, pero sus ojos eran turquesa, como el océano de Miami, lo que
le recordó a Diana. Percibió la tristeza en lo más profundo de su ser, como
sombras en el mar. Tenía el pelo rubio, no demasiado corto, y un poco
ondulado en la parte superior. Se adivinaban bastantes músculos debajo de
su camisa blanca. Nariz recta, mandíbula cuadrada, labios carnosos… el
chaval se parecía a Paul Newman en la película preferida de Diana, Hud, el
más salvaje entre mil, salvo por la palidez.
—¡Podrías ayudarme! —se oyó gritar al desconocido.
Era el tío más bueno al que había gritado. Podría haber sido el tío más
bueno que había visto en su vida. Su exclamación lo sobresaltó, se acercó a
la puerta abierta y finalmente alcanzó con los dedos el cinturón de
 seguridad.
-------------------continuara-----------------------------------------
¿sera peter? descubran lo en elcsiguiente capitulo....
isi: y..corte..queda...esta re bueno ese peter le doy todo el dia.

miércoles, 29 de abril de 2015

capitulo doce:

Incluso a Cat hasta hacía poco se le habían llenado los ojos de lágrimas
cada vez que veía a lali. Se sonaba la nariz, se reía y decía: «A mí ni
siquiera me gusta mi madre, pero me volvería loca si la perdiera».
lali se había vuelto loca, pero porque no se derrumbara ni llorase, no
se lanzara a los brazos de cualquiera que intentase abrazarla o se cubriera
de pulseras, ¿acaso la gente creía que no estaba triste por la muerte de su
madre?
Sentía un profundo dolor cada día, todo el tiempo, en cada átomo del
cuerpo.
«Sabrías cómo salir hasta de una madriguera en Siberia, niña.» La voz
de Diana le llegó al pasar por la encalada tienda de pesca de Herbert y girar
a la izquierda hacia la carretera de gravilla bordeada de altos tallos de caña
de azúcar. El paisaje a ambos lados del recorrido de cinco kilómetros entre
New Iberia y Lafayette era uno de los más bonitos de los tres condados:
enormes robles esculpidos hacia un cielo azul, campos exuberantes
salpicados de hierba doncella en primavera, y una caravana solitaria, sobre
unos pilotes, a medio kilómetro de la carretera. A Diana le encantaba aquel
tramo. Lo llamaba «la última boqueada del campo antes de la
civilización».
lali  no había pasado por aquella carretera desde la muerte de su
madre. Había tomado ese camino con mucha tranquilidad, sin pensar que
podría hacerle daño, pero de repente no pudo respirar. Cada día un dolor
nuevo la encontraba y la apuñalaba, como si aquella profunda pena fuera la
madriguera de la que no saldría hasta que muriera.
Estuvo a punto de detener el coche para echar a correr. Cuando corría, no
pensaba. Se le aclaraba la mente, las ramas de los robles la abrazaban con
sus brazos peludos de musgo negro y los pies comenzaban a moverse, las
piernas a arder, el corazón a latir, los brazos a subir y bajar, a perderse por
los senderos hasta que estaba muy lejos.
Pensó en la competición. Quizá podría canalizar la desesperación hacia
algo útil. Si pudiera llegar al instituto a tiempo…
La semana anterior, por fin le habían quitado el último de los pesados
yesos que debía llevar en las muñecas rotas (se había destrozado la derecha
de tal manera que se la tuvieron que recolocar tres veces). No soportaba
llevar aquella cosa y tenía unas ganas tremendas de que se la cortaran. Pero
cuando el traumatólogo arrojó la escayola a la basura una semana antes y
declaró que se había curado, le pareció una broma.
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corto pero estoy estudiando
gracias nara los leere aunque mas de uno que me enviaste lo leeo =D
besos isi
comenten
capitulo once:

Mientras trotaba esquivando los baches del aparcamiento, lali apretó
el mando del llavero para abrir a Magda, su coche, y se sentó en el asiento
del conductor. Unas currucas amarillas cantaban en un haya, sobre su
cabeza; lali conocía su canción de memoria. Hacía un día caluroso y
soplaba el viento, pero al aparcar debajo de los largos brazos del árbol, el
interior de Magda se había mantenido fresco.
Magda era un Jeep Cherokee rojo, heredado de Rhoda. Era demasiado
nuevo y demasiado rojo para que pegara con lali. Con las ventanillas
subidas, no se oía nada de fuera, y se imaginaba que estaba conduciendo
una tumba. Cat había insistido en llamar al coche Magda, para que como
mínimo el Jeep sirviera para reírse. No era ni con mucho tan guay como el
Lincoln Continental azul claro de su padre, con el que lali había
aprendido a conducir, pero al menos tenía un estéreo de muerte.
Conectó su teléfono y puso la KBEU, la emisora de radio online del
instituto. Todos los días, después de clase, pinchaban las mejores
canciones de los mejores grupos indie locales. El año anterior, lali
había colaborado en la emisora; tenía un programa que se llamaba
Aburrida en el bayou, los martes por la tarde. Le habían guardado el
espacio para el nuevo curso, pero ya no lo quería. La chica que solía
pinchar el viejo zydeco improvisado y el más reciente mash-up era alguien
a quien apenas recordaba, mucho menos intentar volver a ser como ella.
Bajó las cuatro ventanillas, abrió el techo y salió del aparcamiento con
el tema «It’s Not Fair», de los Faith Healers, un grupo formado por unos
chicos del instituto. Se había aprendido de memoria todas las letras. El
ritmo alocado le impulsaba las piernas, haciéndola ir más rápido en sus
carreras, y había sido el motivo por el que había desenterrado la vieja
guitarra de su abuelo. Había aprendido ella sola unos cuantos acordes, pero
no había vuelto a tocarla desde primavera. No podía imaginarse la música
que haría ahora que Diana estaba muerta. La guitarra estaba acumulando
polvo en un rincón de su habitación bajo el pequeño cuadro de santa 
Caterina de Siena,
 que lali había birlado de la casa de su abuela Sugar
después de que falleciera. Nadie sabía de dónde había sacado Sugar el
icono. Desde que lali tenía memoria, el cuadro de la santa patrona,
protectora contra el fuego, había colgado sobre la chimenea de su abuela.
Sus dedos se aferraron al volante. anais no sabía de lo que estaba
hablando. lali sentía cosas, cosas como… enfado por haber perdido otra
hora en otra monótona consulta terapéutica.
Y había más. Escalofríos de miedo cada vez que cruzaba un puente,
aunque fuera cortísimo. Una tristeza debilitante cuando pasaba las noches
en blanco en su cama. Una pesadez en los huesos cuyo origen tenía que
localizar de nuevo cada mañana cuando sonaba la alarma del teléfono.
Pena por haber sobrevivido y que Diana no lo hiciera. Ira porque algo tan
absurdo le hubiera arrebatado a su madre.
La inutilidad de buscar venganza contra una ola.
Inevitablemente, cuando se permitía seguir los tristes desvaríos de su
mente,lali acababa llegando a la inutilidad. Lo inútil la enfadaba. Así
que cambiaba de dirección y se centraba en cosas que sí podía controlar,
como volver al campus y la decisión que la esperaba.
Ni siquiera Cat sabía que lali podía aparecer aquel día. La 12K solía
ser el acontecimiento más importante para lali. Sus compañeras de
equipo se quejaban, pero para lali, sumirse en la zona hipnótica de una
larga carrera era rejuvenecedor. Una parte de ella quería competir con los
chavales del Manor y a la otra no le hubiera gustado nada más que dormir
durante meses.
No le daría a anais  nunca la satisfacción de reconocerlo, pero lali sí
se sentía completamente incomprendida. La gente no sabía qué hacer con
una madre muerta, y mucho menos con su hija suicida viva. Las palmaditas
automáticas en la espalda y los apretones en los hombros la ponían
nerviosa. No comprendía la falta de sensibilidad necesaria para decirle a
alguien: «Dios debía de echar de menos a tu madre en el cielo» o «Esto te
hará mejor persona».
La camarilla de chicas del instituto que nunca le había hecho ni caso
pasó por su buzón tras la muerte de Diana para dejar una pulsera de punto
de cruz con pequeñas cruces. Al principio, cuando lali se topaba con
ellas en la ciudad sin nada en la muñeca, evitaba mirarlas a los ojos. Pero
después de intentar suicidarse eso ya no resultaba un problema. Las chicas
eran las primeras en apartar la vista. La compasión tenía unos límites.

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quizás los cap sean mas cortos
-comenten
-besos isi
-nara recomen dame noves cuales son buenísimas?
"buen-isi-ma" aswjamjsak yo me entiendo
#soloisi
okno
bye
capitulo diez:

A veces hablaba del suicidio con su
amigo Brooks, la única persona en que podía confiar que no la juzgaría,
que no se lo contaría a su padre o algo peor. Se sentaba en silencio a
escuchar cada vez que ella llamaba a su línea directa. Le había hecho
prometer que hablaría con él en cuanto pensara en ello, así que hablaban
mucho.
Pero seguía allí, ¿no? Las ganas de abandonar este mundo no eran tan
atroces como cuando se había tragado aquellas pastillas. El letargo y la
apatía habían reemplazado el deseo de morir.
—¿Le mencionó mi padre por casualidad que siempre he sido así? —
preguntó.
Lali dejó el cuaderno sobre la mesa.
—¿Siempre?
lali apartó la mirada. Quizá no siempre. Por supuesto que no había
sido siempre así. Había sido alegre algún tiempo. Pero cuando tenía diez
años sus padres se separaron y después de eso una no se queda alegre.
—¿Hay alguna posibilidad de que podamos ir directamente a la receta de
Xanax? —El tímpano izquierdo volvía a pitarle—. Todo esto me parece
una pérdida de tiempo.
—No necesitas fármacos. Necesitas abrirte a los demás y no enterrar
esta tragedia. Tu madrastra dice que no hablas con ella ni con tu padre.
Tampoco has mostrado interés en conversar conmigo. ¿Y con tus amigos
del instituto?
—Cat —dijo lali automáticamente— y Brooks.
Hablaba con ellos. Si alguno de los dos estuviera sentado en la silla de
anais, lali quizá hasta estaría riéndose en ese momento.
—Bien. —La doctora anais quería decir «Por fin»—. ¿Cómo te
describirían desde el accidente?
—Cat es la capitana del equipo de campo a través —respondió lali,
pensando en la incontrolada mezcla de emociones reflejadas en el rostro de
su amiga cuando lali le dijo que lo dejaba y le cedía el puesto de
capitana—. Diría que me he vuelto más lenta.
Cat estaría en el campo con el equipo en aquellos momentos. Se le daba
bien hacerles repasar los ejercicios, pero no era muy brillante dando
ánimos, y el equipo necesitaba motivación para enfrentarse al Manor.
lali echó un vistazo a su reloj. Si salía pitando en cuanto aquello
terminara, quizá llegase al colegio a tiempo. Eso era lo que quería, ¿no?
Al alzar la vista,
 vio que anais tenía el entrecejo fruncido.
—Sería un poco duro decirle eso a una chica que está llorando la pérdida
de una madre, ¿no crees?
lali se encogió de hombros. Si anais hubiera tenido sentido del
humor, si hubiera conocido a Cat, lo habría entendido. Su amiga bromeaba
la mayor parte del tiempo. No pasaba nada. Se conocían desde siempre.
—¿Qué hay de… Brooke?
—Brooks —la corrigió lali.
También le conocía desde siempre. Se le daba mejor escuchar que a
ninguno de los psiquiatras en los que se gastaban el dinero Rhoda y su
padre.
—¿Brooks es un chico? —anais volvió a coger el cuaderno y apuntó
algo—. ¿Sois algo más que amigos?
—¿Qué importa eso? —le soltó lali.
Antes del accidente habían salido una vez, en quinto curso. Pero eran
unos críos. Y ella estaba destrozada porque sus padres iban a separarse y…
—Un divorcio a menudo provoca cierto comportamiento en los hijos que
les dificulta continuar con sus propias relaciones sentimentales.
—Teníamos diez años. No funcionó porque yo quería ir a nadar cuando
él quería montar en bici. ¿Cómo hemos empezado a hablar de esto?
—Dímelo tú. Quizá puedas hablarle a Brooks de tu pérdida. Parece ser
alguien que podría llegar a importarte mucho si te permitieras sentir.
lali puso los ojos en blanco.
—Vuelva a ponerse los zapatos, doctora.
Cogió el bolso y se levantó del diván.
—Tengo que ir a correr.
Iba a salir corriendo de aquella sesión. Correría de vuelta al instituto.
Correría por el bosque hasta que estuviera tan cansada que no le doliera.
Puede que incluso corriera de vuelta al equipo que tanto le gustaba. La
entrenadora tenía razón en una cosa: cuando lali estaba baja de ánimos,
correr la ayudaba.
—¿Te veo el próximo martes? —preguntó anais. Pero para entonces la
terapeuta estaba hablando a una puerta cerrada.
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mmm ame la parte en que dejo hablando a anais sola jajja comenten y subo

martes, 28 de abril de 2015

capitulo nueve:
Habían ido juntas a Egipto, Turquía y la India, en barco por las islas
Galápagos, todo como parte del trabajo arqueológico de Diana. Una vez,
cuando lali fue a visitar a su madre a una excavación en el norte de
Grecia, perdieron el último autobús de Trikala y pensaron que no les
quedaba más remedio que quedarse allí a pasar la noche, hasta que lali,
con catorce años, le hizo señas a un camión de aceite de oliva e hicieron
autoestop para regresar a Atenas. Se acordó de que su madre la rodeó con
el brazo mientras iban sentadas en la parte trasera del camión, entre las
cubas acres y agujereadas de aceite de oliva, y en voz baja murmuró:
«Sabrías cómo salir hasta de una madriguera en Siberia, niña. Eres la leche
como compañera de viaje». Era el cumplido preferido de lali. Pensaba
en él a menudo cuando se hallaba en una situación de la que necesitaba
escapar.
—Estoy intentando conectar contigo, lali—insistió la doctora 
anais—. 
Las personas más cercanas a ti están intentando conectar
contigo. Les pedí a tu madrastra y a tu padre que anotaran algunas palabras
que describieran los cambios que han notado en ti. —Alargó la mano para
coger un cuaderno marmolado de la mesita auxiliar junto a la silla—.
¿Quieres oírlas?
—Claro. —lali se encogió de hombros—. Siga jugando.
—Tu madrastra…
—Rhoda.
—Rhoda te llamó «fría». Dice que el resto de la familia va con pies de
plomo contigo, que eres «cerrada e impaciente» con tus hermanastros.
lali hizo un gesto de dolor.
—Eso no es cierto…
¿A quién le importaba si era cerrada? Pero ¿que no tenía paciencia con
los mellizos? ¿Era verdad? ¿O era otro de los trucos de Rhoda?
—¿Y qué dice mi padre? Déjeme adivinarlo… ¿«Distante», «taciturna»?
anais pasó una página.
—Tu padre te describe como…, sí, «distante», «estoica» y «difícil».
—Ser estoica no es malo.
Desde que había estudiado el estoicismo griego, lali aspiraba a
controlar sus emociones. Le gustaba la idea de conseguir la libertad
mediante el dominio de sus sentimientos, de contenerlos para que solo ella
pudiera verlos, como una mano de cartas. En un universo sin Rhodas ni
anaises, que su padre la llamara «estoica» tal vez sería un cumplido. Él
también era estoico.
Pero eso de que era difícil le molestaba.
—¿Qué clase de suicida se iba a dejar tratar? —masculló.
anais bajó el cuaderno.
—¿Has vuelto a pensar en el suicidio?
—Me estaba refiriendo a «difícil» —dijo lali, exasperada—. Si fuera
una loca suicida no habría… Da igual.
Pero era demasiado tarde. Había dejado escapar la palabra que
comenzaba por ese, que era como decir «bomba» en un avión. Había
saltado la alarma dentro de anais
Pues claro que lali seguía pensando en el suicidio. Y sí, había
contemplado otros métodos, aunque sabía sobre todo que no podía intentar
ahogarse; no después de lo que le había sucedido a Diana. Una vez había
visto un programa sobre cómo a las víctimas de ahogamiento se les llenan
los pulmones de sangre antes de morir
----------------------------------continuara----------------------------------
nara yo publico en otros blogs mi nove pero igual ay poco comentarios que ay entradas ay pero pocos comentarios igual seguiré subiendo 
-comenten besos isi

lunes, 27 de abril de 2015

capitulo ocho:

—Cuéntame tu recuerdo positivo más reciente —dijo anais.
Eureka se puso cómoda en el diván. Debía de ser aquel día. Debía de ser
el CD de Jelly Roll Morton que sonaba y ella y su madre cantaban con su
horrible tono de voz mientras avanzaban con las ventanillas bajadas por un
puente que nunca terminarían de cruzar. Recordaba que se había reído por
una letra graciosa mientras se acercaban al centro del puente. Recordaba
ver la señal blanca, oxidada, del kilómetro seis.
Después: el olvido. Un enorme agujero negro hasta que despertó en el
hospital de Miami, con el cuero cabelludo lacerado, un tímpano reventado
que nunca se curaría completamente, un tobillo torcido, dos muñecas
gravemente rotas, miles de morados…
Y sin madre.
Su padre estaba sentado en el borde de la cama. Lloró cuando la
muchacha volvió en sí, lo que le puso los ojos más tristes. Rhoda le tendió
unos pañuelos. Sus hermanastros, de cuatro años, William y Claire, la
cogieron de la mano con sus deditos suaves, por la parte que no tapaba el
yeso. Había olido a los mellizos incluso antes de abrir los ojos, antes de
saber que había alguien allí o si estaba viva. Olían igual que siempre: a
jabón Ivory y noches estrelladas.
La voz de Rhoda fue firme cuando se inclinó sobre la cama y se colocó
las gafas rojas encima de la cabeza.
—Has tenido un accidente. Vas a ponerte bien.
Le contaron que una ola gigantesca había salido del océano como un
mito y había arrastrado el Chrysler de su madre hasta sacarlo del puente.
Le dijeron que unos científicos habían buscado en el agua un meteorito que
pudiera haber provocado aquella ola. Le hablaron de los obreros y le
preguntaron a lali si sabía cómo o por qué su coche había sido el único
al que habían permitido cruzar el puente. Rhoda mencionó demandar al
condado, pero su padre le pidió que lo dejara con un gesto. Le preguntaron
a lali por su milagrosa supervivencia y esperaron a que despejara las
incógnitas sobre cómo había terminado en la orilla ella sola.
Al ver que no podía hacerlo, y le contaron lo de su madre.
No escuchó, la verdad es que no oyó nada de aquello. Agradecía que el
tinnitus en el oído ahogara casi todos los sonidos. A veces todavía le
gustaba que el accidente la hubiera dejado medio sorda. Se había quedado
mirando la dulce cara de William, luego la de Claire, pensando que eso la
 ayudaría. 
Pero parecía que tuvieran miedo de ella y eso le dolió más que
los huesos rotos. Así que clavó la vista más allá, la relajó sobre la pared
blanquecina y la dejó allí durante los siguientes nueve días. Siempre les
decía a las enfermeras que su nivel de dolor era de siete sobre diez para
asegurarse de que le administraran más morfina.
—Puede que sientas que el mundo es un lugar muy injusto —probó
anais.
¿Seguía lali en aquella habitación con esa mujer condescendiente a
la que pagaban para que no la comprendiera? Eso sí era injusto. Se imaginó
que los gastados zapatos marrón topo de anais se levantaban
mágicamente de la alfombra, flotaban en el aire y giraban como las
manecillas de un reloj hasta que se acababa la hora y lali salía
corriendo hacia la competición.
—Los gritos de ayuda como el tuyo a menudo son el resultado de
sentirse incomprendido.
«Grito de ayuda» era un eufemismo para «intento de suicidio». No era
un grito de ayuda. Antes de que Diana muriera, lali creía que el mundo
era un lugar increíblemente emocionante. Su madre era pura aventura.
Percibía cosas en un camino normal por el que la mayoría de la gente
pasaba miles de veces. Se reía más fuerte y con más frecuencia que nadie
que lali conociera. Había ocasiones en las que incluso había
avergonzado a lali, pero en ese momento echaba de menos la risa de su
madre más que nada.
-----------------------------continuara----------------------------------
pobre lali no :'( comenten y subo...........eh tratado de subir mas porque tengo hartos capítulos ya adaptados pero comenten 
-besos isi
-seguimos con la maratón?

domingo, 26 de abril de 2015

capitulo siete:

lali no sabía por qué había accedido a hacerlo. Quizá no quería
defraudar a otra persona. Había prometido intentar ponerse en forma antes
de la carrera contra el Manor, volver a probar. Antes le encantaba correr.
Le encantaba el equipo. No obstante, eso pertenecía al pasado.
—lali, ¿puedes contarme algo que recuerdes del día del accidente?
—la animó la doctora anais.
lali estudió el lienzo blanco del techo, como si fuera a aparecer
pintada una pista. Recordaba tan poco del accidente que no merecía la pena
abrir la boca. Un espejo colgaba de la pared al otro lado del despacho.
lali se levantó y se colocó delante de él.
—¿Qué ves? —preguntó anais.
Retazos de la chica que era antes: las mismas pequeñas orejas de soplillo
detrás de las que se metía el pelo, los mismos ojos azul oscuro de su padre,
las mismas cejas asilvestradas si no las domaba a diario… Todo seguía
allí. Y aun así, justo antes de aquella cita, dos mujeres de la edad de Diana
habían pasado por su lado en el aparcamiento y habían susurrado: «Ni su
propia madre la reconocería».
Era una forma de hablar, como el montón de cosas que decían sobre
lali en New Iberia: «Podría discutir con la muralla China y ganar», «No
tiene oído ni para tocar el timbre», «Corre más rápido que una hormiga
pisoteada en las Olimpiadas». El problema de aquellas expresiones era lo
fácil que salían de la boca de la gente. Esas mujeres no pensaban en la
realidad de Diana, que habría reconocido a su hija en cualquier lugar, en
cualquier momento, sin importar las circunstancias.
Trece años de escuela católica hicieron creer a lali que Diana estaba
mirándola desde el cielo y la reconocía en aquel mismo instante. No le
importaría la camiseta rota del árbol de Josué debajo de la rebeca del
colegio de su hija, las uñas mordidas o el agujero en el dedo gordo
izquierdo de sus zapatillas de lona de pata de gallo. Pero puede que le
cabreara cómo llevaba el pelo.
En los cuatro meses desde el accidente, el pelo de lali había pasado
de un rubio oscuro virgen a un rojo chillón (el tono natural de su madre),
un blanco de bote (idea de su tía Maureen, propietaria de un salón de
belleza) y un negro azabache (que finalmente parecía quedarle bien) y
ahora estaba creciendo con un interesante estilo ombré. lali intentó
sonreír a su reflejo, pero se veía la cara rara, como la máscara sonriente 
colgada en
 la pared de su clase de teatro el año anterior.
------------------------------continuara----------------------------------
cortito pero mas tarde subo
-comenten
-besos isi

sábado, 25 de abril de 2015

capitulo seis:
La doctora anais se aclaró la garganta.
lali se quedó mirando fijamente el falso techo.
—Ya sabe por qué estoy aquí.
—Me encantaría oírlo con tus propias palabras.
—Por la mujer de mi padre.
—¿Tienes problemas con tu madrastra?
—Rhoda concierta las citas. Por eso estoy aquí.
La terapia de lali se había convertido en una de las causas de la
esposa de su padre. Primero había sido para enfrentarse al divorcio, luego
para llorar la muerte de su madre y ahora para descargar el intento de
suicidio. Sin Diana (su madre), no había nadie que intercediera en favor de lali
para hacer una llamada y despedir al matasanos. lali se imaginaba a sí
misma atrapada en las sesiones con la doctora anais a los ochenta y cinco
años, igual de fastidiada que en la actualidad.
—Sé que ha sido duro perder a tu madre —dijo anais—. ¿Cómo te
sientes?
lali se concentró en la palabra «perder», como si Diana y ella se
hubieran separado sin querer en medio de una muchedumbre y pronto
fueran a reencontrarse, a cogerse de la mano para pasear hacia el
restaurante más próximo en el muelle, comer unas almejas fritas y
continuar como si nunca se hubieran separado.
Aquella mañana, desde el otro extremo de la mesa del desayuno, Rhoda
le había enviado a lali un mensaje: «Doctora anais, 15.00». Había un
hipervínculo para que enviara la cita al calendario de su teléfono. Cuando
lali hizo clic en la dirección de la consulta, un banderín en el mapa
marcó la localización de Main Street en New Iberia.
—¿New Iberia? —dijo con voz quebrada.
Rhoda le dio un sorbo a un zumo verde de aspecto repugnante.
—Pensé que te gustaría.
New Iberia era la ciudad donde lali había nacido y se había criado.
Era el lugar que todavía consideraba su hogar, donde había vivido con sus
padres durante el período no hecho añicos de su vida, hasta que se
separaron y su madre se mudó, y su padre, que antes caminaba con paso
seguro, comenzó a arrastrar los pies hasta parecer uno de esos cangrejos de
pinzas azules del Victor’s, donde había trabajado como chef.
Eso fue cuando el Katrina, y el Rita vino justo después. La antigua casa
de lali seguía allí —había oído que ya vivía otra familia en ella—, pero
ras los huracanes,
 su padre no había querido dedicarle el tiempo ni los
sentimientos necesarios para repararla. Así que se mudaron a Lafayette, a
veinticuatro kilómetros y treinta años luz de casa. Su padre consiguió
trabajo de cocinero en el Prejean’s, que era más grande y mucho menos
romántico que el Victor’s. lali cambió de colegio, lo que fue un rollo.
Antes de que lali supiera siquiera que su padre había superado lo de su
madre, ya se habían mudado a una casa grande en Shady Circle. Pertenecía
a una señora autoritaria llamada Rhoda. Estaba embarazada. La nueva
habitación de lali se encontraba al final del pasillo, más allá de la
habitación del bebé que estaban preparando.
Así que no, Rhoda, a lali no le gustaba que aquella nueva terapeuta
viviera en New Iberia. ¿Cómo se suponía que iba a conducir hasta la
consulta y llegar a tiempo a la carrera?
El encuentro deportivo era importante, no solo porque el Evangeline
corría contra su rival, el instituto Manor, sino porque lali le había
prometido a la entrenadora que ese día decidiría si se quedaba en el equipo.
Antes de que Diana muriera, habían nombrado a lali capitana jefe.
Tras el accidente, cuando estuvo lo bastante fuerte físicamente, sus amigas
le pidieron que corriera unas cuantas carreras en verano, pero la única en la
que había participado le había dado ganas de gritar. Los alumnos de cursos
inferiores le tendían vasos de agua con lástima. La entrenadora achacó la
lentitud de lali  a las muñecas escayoladas, pero era mentira. Ya no
tenía el corazón en la carrera. No estaba con el equipo. Su corazón se
hallaba en el océano con Diana.
Después de las pastillas, la entrenadora le había llevado unos globos, que
quedaban ridículos en la estéril habitación del ala psiquiátrica. Ni siquiera
le habían permitido quedárselos al finalizar las horas de visita.
—Lo dejo —le dijo lali. La avergonzaba que la vieran atada a la
cama por las muñecas y los tobillos—. Dígale a Cat que puede quedarse
con mi taquilla.
La triste sonrisa de la entrenadora sugería que, tras un intento de
suicidio, las decisiones de una chica tenían menos peso que los cuerpos en
la luna.
—He pasado por dos divorcios y la batalla de una hermana contra el
cáncer —explicó la entrenadora—. No estoy diciendo esto porque seas la
más rápida de mi equipo. Te lo digo porque tal vez correr sea la terapia que
necesitas. Cuando te encuentres mejor, ven a verme y hablaremos de esa t
aquilla.
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pronto apare sera peter así que esperen 
-besos isi
-comenten
capitulo cinco:

«Suicidio.» Aquella palabra sonaba más violenta que el intento cometido
en realidad. La noche antes de que empezara su último año de instituto,
lali había abierto la ventana y había dejado que las diáfanas cortinas
blancas se inflaran hacia ella mientras estaba tumbada en la cama. Había
tratado de pensar en algo bueno que le deparara el futuro, pero su mente no
dejaba de retroceder a los momentos de alegría perdidos de los que jamás
volvería a disfrutar. No podía vivir en el pasado, así que decidió que no
podía vivir. Encendió el iPod. Y se tragó las últimas pastillas de oxicodona
que su padre tenía en el botiquín para el dolor que le provocaba el disco
fusionado de la columna vertebral.
Ocho, quizá nueve pastillas; no las contó mientras descendían por su
garganta. Pensó en su madre. Pensó en María, la madre de Dios, de la que
había crecido creyendo que rezaba por todas las personas en el momento de
su muerte. lali conocía las enseñanzas católicas sobre el suicidio, pero
creía en María, cuya misericordia era inmensa, creía que entendería que
lali había perdido tanto que ya no había nada que hacer salvo rendirse.
Se despertó en una fría sala de urgencias, atada con correas a una
camilla y atragantándose con el tubo de una bomba estomacal. Oyó a su
padre y a Rhoda discutir en el pasillo mientras una enfermera la obligaba a
beber un horrible carbón vegetal líquido para que se uniera a los venenos
que no habían podido expulsar de su organismo.
Puesto que no conocía las palabras que la habrían sacado de allí antes
—«Quiero vivir», «No volveré a intentarlo»—, lali  pasó dos semanas
en un psiquiátrico. Jamás olvidaría lo absurdo que fue saltar a la cuerda
junto a una enorme mujer esquizofrénica durante los ejercicios de
calistenia, o comer avena con el universitario que no se había cortado las
muñecas con suficiente profundidad y que escupía en la cara de los
celadores cuando intentaban darle las pastillas. De cualquier modo,
dieciséis días más tarde, lali caminaba con dificultad hacia la misa de
la mañana, antes de la primera clase en el instituto Evangeline Catholic,
donde francys Pogue, una estudiante de segundo procedente de la ciudad de
Opelousas, la detuvo en la puerta de la capilla con un «Debes sentirte
afortunada por estar viva».
lali  había lanzado una mirada de odio a los ojos claros de francys que
había hecho que la chica ahogara un grito, antes de persignarse y escurrirse
al banco más cercano. En las seis semanas tras su vuelta al Evangeline,
lali  había dejado de contar cuántos amigos había perdido.
capitulo cuatro:


En la calma de la pequeña sala de espera beis, a lali le pitaba el oído
malo. Se lo mas-ajeó, una costumbre desde el accidente, que la había dejado
medio sorda. No sirvió de nada. En el otro extremo de la habitación,
giraron el pomo de la puerta. Una mujer con una blusa blanca de gasa, una
falda verde oliva y un magnífico pelo rubio, recogido, apareció en el
espacio iluminado por una lámpara.
—¿lali?
Su voz baja competía con el burbujeo de un acuario que tenía dentro un
buzo de plástico fluorescente arrodillado en la arena, pero no había señal
de que contuviera peces.
lali  le echó un vistazo al vestíbulo vacío, deseando invocar a una
lali invisible que ocupara su lugar en ese momento.
—Soy la doctora anais. Entra, por favor.
Desde que su padre se había vuelto a casar hacía cuatro años, lali
había sobrevivido a una armada de terapeutas. Una vida controlada por tres
adultos que no se ponían de acuerdo en nada resultaba mucho más
complicada que una dirigida por dos. Su padre había dudado del primer
psicoanalista, un freudiano de la vieja escuela, casi tanto como su madre
había odiado al segundo, un psiquiatra de párpados pesados que repartía
atontamiento en pastillas. Luego Rhoda, la nueva esposa del padre, entró
en escena y lo intentó con el orientador del instituto, con un acupuntor y
con clases de control de la ira. Pero lali  se había puesto firme en la
elección de la condescendiente terapeuta familiar, en cuyo despacho su
padre nunca se había sentido menos de la familia. En realidad, le había
medio gustado el último loquero, que había propuesto un lejano internado
en Suiza, hasta que su madre se enteró y amenazó con demandar al padre.
lali se fijó en los zapatos marrones, de piel y sin cordones, de su
nueva terapeuta. Ella ya se había sentado en el diván enfrente de 
muchos pares de zapatos similares. Las doctoras tenían aquel truquito: se quitaban
sus zapatos planos al principio de la sesión y volvían a ponérselos para 
indicar 
que habían terminado. Todas debían de haber leído el mismo
artículo aburrido sobre que el Método del Zapato era una manera más
delicada de decirle al paciente que se había acabado el tiempo.
La consulta era expresamente tranquilizante: un largo diván de piel
granate apoyado contra la ventana de postigos cerrados, dos sillas
tapizadas enfrente de una mesa de centro con un cuenco lleno de esos
caramelos de café con el envoltorio dorado y una alfombra bordada con
huellas de distintos colores. Un ambientador eléctrico hacía que todo oliera
a canela, lo que a lali no le importaba. anais se sentó en una de las
sillas. lali tiró al suelo su bolsa, que cayó con un golpe fuerte (los
libros de las clases avanzadas eran ladrillos) y se deslizó en el diván.
bonito sitio —dijo—. Debería comprar uno de esos péndulos
oscilantes de bolas plateadas. Mi última doctora tenía uno. O tal vez una
fuente con grifos para agua caliente y fría.-
—Si quieres agua, hay una jarra junto al lavabo. No me importaría…
—No se preocupe.
lali ya había dejado escapar más palabras de las que pretendía
pronunciar en toda la hora. Estaba nerviosa. Respiró hondo y volvió a
levantar sus muros. Se recordó a sí misma que era una estoica.
anais  liberó uno de los pies de los zapatos marrones y luego usó la
punta de ese pie enfundado en la media para quitarse el otro zapato por el
talón y revelar unas uñas rojas. Con los dos pies metidos bajo los muslos,
anais apoyó la barbilla en la palma de la mano.
—¿Qué te ha traído aquí?
Cuando lali se veía atrapada en una mala situación, su mente volaba
a destinos disparatados que no intentaba evitar. Se imaginó una caravana
pasando por un desfile triunfal en medio de New Iberia, escoltándola a lo
grande hasta su terapia.
Pero anais  parecía sensata, interesada en la realidad de la que lali
ansiaba escapar. Lo que la había llevado allí era su Jeep rojo. El tramo de
veintisiete kilómetros entre aquella consulta y su instituto la había llevado
allí, y cada segundo llevaba a otro minuto que no estaba en la escuela
calentando para la carrera a campo a través de aquella tarde. La mala
suerte la había llevado allí.
¿O era la carta del hospital Acadia Vermilion, donde afirmaban que
debido a su último intento de suicidio la terapia no era opcional sino
obligatoria?
maratón :
capitulo tres segunda parte:

Tenía una oportunidad. Las ventanillas estaban por encima del nivel del
agua. En cuanto regresara la ola, el coche quedaría aplastado en su
depresión. peter no habría podido explicar cómo su cuerpo se levantó del
agua y se deslizó por el aire. Saltó hacia la ola y extendió las manos.
Esta muchacha y cuerpo tan rígido como un palo. Sus ojos oscuros
estaban abiertos y el azul se agitaba en ellos. La sangre le resbalaba por el
cuello cuando se volvió hacia él. ¿Qué vio? ¿Qué era él?
Esta pregunta y su mirada paralizaron a peter. En aquel momento de
confusión, la ola los envolvió y se perdió una oportunidad crucial: tan solo
tendría tiempo de salvar a una de las dos. Sabía lo cruel que era. Pero,
egoísta mente, no podía dejar a la chica.
Justo antes de que la ola estallara encima de ellos, peter la cogió de la
mano
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se me olvido colocar esta parte ups ...en un rato subo mas ahora lali empezara a hablar