sábado, 25 de abril de 2015

capitulo seis:
La doctora anais se aclaró la garganta.
lali se quedó mirando fijamente el falso techo.
—Ya sabe por qué estoy aquí.
—Me encantaría oírlo con tus propias palabras.
—Por la mujer de mi padre.
—¿Tienes problemas con tu madrastra?
—Rhoda concierta las citas. Por eso estoy aquí.
La terapia de lali se había convertido en una de las causas de la
esposa de su padre. Primero había sido para enfrentarse al divorcio, luego
para llorar la muerte de su madre y ahora para descargar el intento de
suicidio. Sin Diana (su madre), no había nadie que intercediera en favor de lali
para hacer una llamada y despedir al matasanos. lali se imaginaba a sí
misma atrapada en las sesiones con la doctora anais a los ochenta y cinco
años, igual de fastidiada que en la actualidad.
—Sé que ha sido duro perder a tu madre —dijo anais—. ¿Cómo te
sientes?
lali se concentró en la palabra «perder», como si Diana y ella se
hubieran separado sin querer en medio de una muchedumbre y pronto
fueran a reencontrarse, a cogerse de la mano para pasear hacia el
restaurante más próximo en el muelle, comer unas almejas fritas y
continuar como si nunca se hubieran separado.
Aquella mañana, desde el otro extremo de la mesa del desayuno, Rhoda
le había enviado a lali un mensaje: «Doctora anais, 15.00». Había un
hipervínculo para que enviara la cita al calendario de su teléfono. Cuando
lali hizo clic en la dirección de la consulta, un banderín en el mapa
marcó la localización de Main Street en New Iberia.
—¿New Iberia? —dijo con voz quebrada.
Rhoda le dio un sorbo a un zumo verde de aspecto repugnante.
—Pensé que te gustaría.
New Iberia era la ciudad donde lali había nacido y se había criado.
Era el lugar que todavía consideraba su hogar, donde había vivido con sus
padres durante el período no hecho añicos de su vida, hasta que se
separaron y su madre se mudó, y su padre, que antes caminaba con paso
seguro, comenzó a arrastrar los pies hasta parecer uno de esos cangrejos de
pinzas azules del Victor’s, donde había trabajado como chef.
Eso fue cuando el Katrina, y el Rita vino justo después. La antigua casa
de lali seguía allí —había oído que ya vivía otra familia en ella—, pero
ras los huracanes,
 su padre no había querido dedicarle el tiempo ni los
sentimientos necesarios para repararla. Así que se mudaron a Lafayette, a
veinticuatro kilómetros y treinta años luz de casa. Su padre consiguió
trabajo de cocinero en el Prejean’s, que era más grande y mucho menos
romántico que el Victor’s. lali cambió de colegio, lo que fue un rollo.
Antes de que lali supiera siquiera que su padre había superado lo de su
madre, ya se habían mudado a una casa grande en Shady Circle. Pertenecía
a una señora autoritaria llamada Rhoda. Estaba embarazada. La nueva
habitación de lali se encontraba al final del pasillo, más allá de la
habitación del bebé que estaban preparando.
Así que no, Rhoda, a lali no le gustaba que aquella nueva terapeuta
viviera en New Iberia. ¿Cómo se suponía que iba a conducir hasta la
consulta y llegar a tiempo a la carrera?
El encuentro deportivo era importante, no solo porque el Evangeline
corría contra su rival, el instituto Manor, sino porque lali le había
prometido a la entrenadora que ese día decidiría si se quedaba en el equipo.
Antes de que Diana muriera, habían nombrado a lali capitana jefe.
Tras el accidente, cuando estuvo lo bastante fuerte físicamente, sus amigas
le pidieron que corriera unas cuantas carreras en verano, pero la única en la
que había participado le había dado ganas de gritar. Los alumnos de cursos
inferiores le tendían vasos de agua con lástima. La entrenadora achacó la
lentitud de lali  a las muñecas escayoladas, pero era mentira. Ya no
tenía el corazón en la carrera. No estaba con el equipo. Su corazón se
hallaba en el océano con Diana.
Después de las pastillas, la entrenadora le había llevado unos globos, que
quedaban ridículos en la estéril habitación del ala psiquiátrica. Ni siquiera
le habían permitido quedárselos al finalizar las horas de visita.
—Lo dejo —le dijo lali. La avergonzaba que la vieran atada a la
cama por las muñecas y los tobillos—. Dígale a Cat que puede quedarse
con mi taquilla.
La triste sonrisa de la entrenadora sugería que, tras un intento de
suicidio, las decisiones de una chica tenían menos peso que los cuerpos en
la luna.
—He pasado por dos divorcios y la batalla de una hermana contra el
cáncer —explicó la entrenadora—. No estoy diciendo esto porque seas la
más rápida de mi equipo. Te lo digo porque tal vez correr sea la terapia que
necesitas. Cuando te encuentres mejor, ven a verme y hablaremos de esa t
aquilla.
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pronto apare sera peter así que esperen 
-besos isi
-comenten

2 comentarios:

  1. Lo k mejor se le da a cada persona ,y lo k más le gusta hacer ,es la mejor terapia para sentirse mejor ,y poder continuar con la vida .
    Solo tiene k reflexionar un poquito ...y pensar k correría también x su madre.

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  2. me encanto quiero más capítulos!

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