capitulo cinco:
«Suicidio.» Aquella palabra sonaba más violenta que el intento cometido
en realidad. La noche antes de que empezara su último año de instituto,
lali había abierto la ventana y había dejado que las diáfanas cortinas
blancas se inflaran hacia ella mientras estaba tumbada en la cama. Había
tratado de pensar en algo bueno que le deparara el futuro, pero su mente no
dejaba de retroceder a los momentos de alegría perdidos de los que jamás
volvería a disfrutar. No podía vivir en el pasado, así que decidió que no
podía vivir. Encendió el iPod. Y se tragó las últimas pastillas de oxicodona
que su padre tenía en el botiquín para el dolor que le provocaba el disco
fusionado de la columna vertebral.
Ocho, quizá nueve pastillas; no las contó mientras descendían por su
garganta. Pensó en su madre. Pensó en María, la madre de Dios, de la que
había crecido creyendo que rezaba por todas las personas en el momento de
su muerte. lali conocía las enseñanzas católicas sobre el suicidio, pero
creía en María, cuya misericordia era inmensa, creía que entendería que
lali había perdido tanto que ya no había nada que hacer salvo rendirse.
Se despertó en una fría sala de urgencias, atada con correas a una
camilla y atragantándose con el tubo de una bomba estomacal. Oyó a su
padre y a Rhoda discutir en el pasillo mientras una enfermera la obligaba a
beber un horrible carbón vegetal líquido para que se uniera a los venenos
que no habían podido expulsar de su organismo.
Puesto que no conocía las palabras que la habrían sacado de allí antes
—«Quiero vivir», «No volveré a intentarlo»—, lali pasó dos semanas
en un psiquiátrico. Jamás olvidaría lo absurdo que fue saltar a la cuerda
junto a una enorme mujer esquizofrénica durante los ejercicios de
calistenia, o comer avena con el universitario que no se había cortado las
muñecas con suficiente profundidad y que escupía en la cara de los
celadores cuando intentaban darle las pastillas. De cualquier modo,
dieciséis días más tarde, lali caminaba con dificultad hacia la misa de
la mañana, antes de la primera clase en el instituto Evangeline Catholic,
donde francys Pogue, una estudiante de segundo procedente de la ciudad de
Opelousas, la detuvo en la puerta de la capilla con un «Debes sentirte
afortunada por estar viva».
lali había lanzado una mirada de odio a los ojos claros de francys que
había hecho que la chica ahogara un grito, antes de persignarse y escurrirse
al banco más cercano. En las seis semanas tras su vuelta al Evangeline,
lali había dejado de contar cuántos amigos había perdido.
«Suicidio.» Aquella palabra sonaba más violenta que el intento cometido
en realidad. La noche antes de que empezara su último año de instituto,
lali había abierto la ventana y había dejado que las diáfanas cortinas
blancas se inflaran hacia ella mientras estaba tumbada en la cama. Había
tratado de pensar en algo bueno que le deparara el futuro, pero su mente no
dejaba de retroceder a los momentos de alegría perdidos de los que jamás
volvería a disfrutar. No podía vivir en el pasado, así que decidió que no
podía vivir. Encendió el iPod. Y se tragó las últimas pastillas de oxicodona
que su padre tenía en el botiquín para el dolor que le provocaba el disco
fusionado de la columna vertebral.
Ocho, quizá nueve pastillas; no las contó mientras descendían por su
garganta. Pensó en su madre. Pensó en María, la madre de Dios, de la que
había crecido creyendo que rezaba por todas las personas en el momento de
su muerte. lali conocía las enseñanzas católicas sobre el suicidio, pero
creía en María, cuya misericordia era inmensa, creía que entendería que
lali había perdido tanto que ya no había nada que hacer salvo rendirse.
Se despertó en una fría sala de urgencias, atada con correas a una
camilla y atragantándose con el tubo de una bomba estomacal. Oyó a su
padre y a Rhoda discutir en el pasillo mientras una enfermera la obligaba a
beber un horrible carbón vegetal líquido para que se uniera a los venenos
que no habían podido expulsar de su organismo.
Puesto que no conocía las palabras que la habrían sacado de allí antes
—«Quiero vivir», «No volveré a intentarlo»—, lali pasó dos semanas
en un psiquiátrico. Jamás olvidaría lo absurdo que fue saltar a la cuerda
junto a una enorme mujer esquizofrénica durante los ejercicios de
calistenia, o comer avena con el universitario que no se había cortado las
muñecas con suficiente profundidad y que escupía en la cara de los
celadores cuando intentaban darle las pastillas. De cualquier modo,
dieciséis días más tarde, lali caminaba con dificultad hacia la misa de
la mañana, antes de la primera clase en el instituto Evangeline Catholic,
donde francys Pogue, una estudiante de segundo procedente de la ciudad de
Opelousas, la detuvo en la puerta de la capilla con un «Debes sentirte
afortunada por estar viva».
lali había lanzado una mirada de odio a los ojos claros de francys que
había hecho que la chica ahogara un grito, antes de persignarse y escurrirse
al banco más cercano. En las seis semanas tras su vuelta al Evangeline,
lali había dejado de contar cuántos amigos había perdido.
Donde quedó Peter.?
ResponderEliminarAún diciendo k quiere vivir,se muestra fría con todos.