jueves, 30 de abril de 2015

capitulo trece:
Cuando lali se paró en la señal de stop del cruce de la carretera vacía,
las hojas de un laurel se inclinaron en arco sobre el techo corredizo. Se
subió la manga de la rebeca verde del colegio y giró la muñeca derecha
unas cuantas veces, estudiando su antebrazo. La piel estaba tan pálida
como un pétalo de magnolia. El diámetro del brazo parecía haberse
reducido a la mitad del izquierdo. Era raro y lali se sentía avergonzada.
Después comenzó a avergonzarse de tener vergüenza. Estaba viva; su
madre no…
Unos neumáticos chirriaron detrás de ella. Una fuerte sacudida le hizo
separar los labios en un grito de sorpresa cuando Magda daba un bandazo
hacia delante. lali pisó el freno y el airbag se abrió como una medusa.
La fuerza de la áspera tela le irritó las mejillas y la nariz. Su cabeza chocó
contra el reposacabezas. Emitió un grito ahogado cuando la respiración se
le cortó y cada músculo de su cuerpo se contrajo. El estruendo del metal
aplastado hizo que la música del estéreo sonara inquietantemente nueva.
lali la escuchó unos instantes y oyó que la letra decía «no siempre es
justo» antes de darse cuenta de que habían chocado contra ella.
Abrió los ojos de repente y empujó la puerta, olvidándose de que tenía
puesto el cinturón. Cuando levantó el pie del freno, el coche avanzó de un
tirón. Apagó el motor de Magda. Agitó las manos debajo del airbag, que se
desinflaba. Estaba desesperada por liberarse.
Una sombra cayó sobre su cuerpo y le produjo una extraña sensación de
déjà vu. Alguien estaba fuera del coche, mirando hacia dentro.
Ella alzó la vista…
—Tú. —Suspiró involuntariamente.
No había visto antes a ese chico. Tenía la piel tan pálida como su brazo
desenyesado, pero sus ojos eran turquesa, como el océano de Miami, lo que
le recordó a Diana. Percibió la tristeza en lo más profundo de su ser, como
sombras en el mar. Tenía el pelo rubio, no demasiado corto, y un poco
ondulado en la parte superior. Se adivinaban bastantes músculos debajo de
su camisa blanca. Nariz recta, mandíbula cuadrada, labios carnosos… el
chaval se parecía a Paul Newman en la película preferida de Diana, Hud, el
más salvaje entre mil, salvo por la palidez.
—¡Podrías ayudarme! —se oyó gritar al desconocido.
Era el tío más bueno al que había gritado. Podría haber sido el tío más
bueno que había visto en su vida. Su exclamación lo sobresaltó, se acercó a
la puerta abierta y finalmente alcanzó con los dedos el cinturón de
 seguridad.
-------------------continuara-----------------------------------------
¿sera peter? descubran lo en elcsiguiente capitulo....
isi: y..corte..queda...esta re bueno ese peter le doy todo el dia.

miércoles, 29 de abril de 2015

capitulo doce:

Incluso a Cat hasta hacía poco se le habían llenado los ojos de lágrimas
cada vez que veía a lali. Se sonaba la nariz, se reía y decía: «A mí ni
siquiera me gusta mi madre, pero me volvería loca si la perdiera».
lali se había vuelto loca, pero porque no se derrumbara ni llorase, no
se lanzara a los brazos de cualquiera que intentase abrazarla o se cubriera
de pulseras, ¿acaso la gente creía que no estaba triste por la muerte de su
madre?
Sentía un profundo dolor cada día, todo el tiempo, en cada átomo del
cuerpo.
«Sabrías cómo salir hasta de una madriguera en Siberia, niña.» La voz
de Diana le llegó al pasar por la encalada tienda de pesca de Herbert y girar
a la izquierda hacia la carretera de gravilla bordeada de altos tallos de caña
de azúcar. El paisaje a ambos lados del recorrido de cinco kilómetros entre
New Iberia y Lafayette era uno de los más bonitos de los tres condados:
enormes robles esculpidos hacia un cielo azul, campos exuberantes
salpicados de hierba doncella en primavera, y una caravana solitaria, sobre
unos pilotes, a medio kilómetro de la carretera. A Diana le encantaba aquel
tramo. Lo llamaba «la última boqueada del campo antes de la
civilización».
lali  no había pasado por aquella carretera desde la muerte de su
madre. Había tomado ese camino con mucha tranquilidad, sin pensar que
podría hacerle daño, pero de repente no pudo respirar. Cada día un dolor
nuevo la encontraba y la apuñalaba, como si aquella profunda pena fuera la
madriguera de la que no saldría hasta que muriera.
Estuvo a punto de detener el coche para echar a correr. Cuando corría, no
pensaba. Se le aclaraba la mente, las ramas de los robles la abrazaban con
sus brazos peludos de musgo negro y los pies comenzaban a moverse, las
piernas a arder, el corazón a latir, los brazos a subir y bajar, a perderse por
los senderos hasta que estaba muy lejos.
Pensó en la competición. Quizá podría canalizar la desesperación hacia
algo útil. Si pudiera llegar al instituto a tiempo…
La semana anterior, por fin le habían quitado el último de los pesados
yesos que debía llevar en las muñecas rotas (se había destrozado la derecha
de tal manera que se la tuvieron que recolocar tres veces). No soportaba
llevar aquella cosa y tenía unas ganas tremendas de que se la cortaran. Pero
cuando el traumatólogo arrojó la escayola a la basura una semana antes y
declaró que se había curado, le pareció una broma.
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corto pero estoy estudiando
gracias nara los leere aunque mas de uno que me enviaste lo leeo =D
besos isi
comenten
capitulo once:

Mientras trotaba esquivando los baches del aparcamiento, lali apretó
el mando del llavero para abrir a Magda, su coche, y se sentó en el asiento
del conductor. Unas currucas amarillas cantaban en un haya, sobre su
cabeza; lali conocía su canción de memoria. Hacía un día caluroso y
soplaba el viento, pero al aparcar debajo de los largos brazos del árbol, el
interior de Magda se había mantenido fresco.
Magda era un Jeep Cherokee rojo, heredado de Rhoda. Era demasiado
nuevo y demasiado rojo para que pegara con lali. Con las ventanillas
subidas, no se oía nada de fuera, y se imaginaba que estaba conduciendo
una tumba. Cat había insistido en llamar al coche Magda, para que como
mínimo el Jeep sirviera para reírse. No era ni con mucho tan guay como el
Lincoln Continental azul claro de su padre, con el que lali había
aprendido a conducir, pero al menos tenía un estéreo de muerte.
Conectó su teléfono y puso la KBEU, la emisora de radio online del
instituto. Todos los días, después de clase, pinchaban las mejores
canciones de los mejores grupos indie locales. El año anterior, lali
había colaborado en la emisora; tenía un programa que se llamaba
Aburrida en el bayou, los martes por la tarde. Le habían guardado el
espacio para el nuevo curso, pero ya no lo quería. La chica que solía
pinchar el viejo zydeco improvisado y el más reciente mash-up era alguien
a quien apenas recordaba, mucho menos intentar volver a ser como ella.
Bajó las cuatro ventanillas, abrió el techo y salió del aparcamiento con
el tema «It’s Not Fair», de los Faith Healers, un grupo formado por unos
chicos del instituto. Se había aprendido de memoria todas las letras. El
ritmo alocado le impulsaba las piernas, haciéndola ir más rápido en sus
carreras, y había sido el motivo por el que había desenterrado la vieja
guitarra de su abuelo. Había aprendido ella sola unos cuantos acordes, pero
no había vuelto a tocarla desde primavera. No podía imaginarse la música
que haría ahora que Diana estaba muerta. La guitarra estaba acumulando
polvo en un rincón de su habitación bajo el pequeño cuadro de santa 
Caterina de Siena,
 que lali había birlado de la casa de su abuela Sugar
después de que falleciera. Nadie sabía de dónde había sacado Sugar el
icono. Desde que lali tenía memoria, el cuadro de la santa patrona,
protectora contra el fuego, había colgado sobre la chimenea de su abuela.
Sus dedos se aferraron al volante. anais no sabía de lo que estaba
hablando. lali sentía cosas, cosas como… enfado por haber perdido otra
hora en otra monótona consulta terapéutica.
Y había más. Escalofríos de miedo cada vez que cruzaba un puente,
aunque fuera cortísimo. Una tristeza debilitante cuando pasaba las noches
en blanco en su cama. Una pesadez en los huesos cuyo origen tenía que
localizar de nuevo cada mañana cuando sonaba la alarma del teléfono.
Pena por haber sobrevivido y que Diana no lo hiciera. Ira porque algo tan
absurdo le hubiera arrebatado a su madre.
La inutilidad de buscar venganza contra una ola.
Inevitablemente, cuando se permitía seguir los tristes desvaríos de su
mente,lali acababa llegando a la inutilidad. Lo inútil la enfadaba. Así
que cambiaba de dirección y se centraba en cosas que sí podía controlar,
como volver al campus y la decisión que la esperaba.
Ni siquiera Cat sabía que lali podía aparecer aquel día. La 12K solía
ser el acontecimiento más importante para lali. Sus compañeras de
equipo se quejaban, pero para lali, sumirse en la zona hipnótica de una
larga carrera era rejuvenecedor. Una parte de ella quería competir con los
chavales del Manor y a la otra no le hubiera gustado nada más que dormir
durante meses.
No le daría a anais  nunca la satisfacción de reconocerlo, pero lali sí
se sentía completamente incomprendida. La gente no sabía qué hacer con
una madre muerta, y mucho menos con su hija suicida viva. Las palmaditas
automáticas en la espalda y los apretones en los hombros la ponían
nerviosa. No comprendía la falta de sensibilidad necesaria para decirle a
alguien: «Dios debía de echar de menos a tu madre en el cielo» o «Esto te
hará mejor persona».
La camarilla de chicas del instituto que nunca le había hecho ni caso
pasó por su buzón tras la muerte de Diana para dejar una pulsera de punto
de cruz con pequeñas cruces. Al principio, cuando lali se topaba con
ellas en la ciudad sin nada en la muñeca, evitaba mirarlas a los ojos. Pero
después de intentar suicidarse eso ya no resultaba un problema. Las chicas
eran las primeras en apartar la vista. La compasión tenía unos límites.

------------------------------------continuara---------------------------------
quizás los cap sean mas cortos
-comenten
-besos isi
-nara recomen dame noves cuales son buenísimas?
"buen-isi-ma" aswjamjsak yo me entiendo
#soloisi
okno
bye
capitulo diez:

A veces hablaba del suicidio con su
amigo Brooks, la única persona en que podía confiar que no la juzgaría,
que no se lo contaría a su padre o algo peor. Se sentaba en silencio a
escuchar cada vez que ella llamaba a su línea directa. Le había hecho
prometer que hablaría con él en cuanto pensara en ello, así que hablaban
mucho.
Pero seguía allí, ¿no? Las ganas de abandonar este mundo no eran tan
atroces como cuando se había tragado aquellas pastillas. El letargo y la
apatía habían reemplazado el deseo de morir.
—¿Le mencionó mi padre por casualidad que siempre he sido así? —
preguntó.
Lali dejó el cuaderno sobre la mesa.
—¿Siempre?
lali apartó la mirada. Quizá no siempre. Por supuesto que no había
sido siempre así. Había sido alegre algún tiempo. Pero cuando tenía diez
años sus padres se separaron y después de eso una no se queda alegre.
—¿Hay alguna posibilidad de que podamos ir directamente a la receta de
Xanax? —El tímpano izquierdo volvía a pitarle—. Todo esto me parece
una pérdida de tiempo.
—No necesitas fármacos. Necesitas abrirte a los demás y no enterrar
esta tragedia. Tu madrastra dice que no hablas con ella ni con tu padre.
Tampoco has mostrado interés en conversar conmigo. ¿Y con tus amigos
del instituto?
—Cat —dijo lali automáticamente— y Brooks.
Hablaba con ellos. Si alguno de los dos estuviera sentado en la silla de
anais, lali quizá hasta estaría riéndose en ese momento.
—Bien. —La doctora anais quería decir «Por fin»—. ¿Cómo te
describirían desde el accidente?
—Cat es la capitana del equipo de campo a través —respondió lali,
pensando en la incontrolada mezcla de emociones reflejadas en el rostro de
su amiga cuando lali le dijo que lo dejaba y le cedía el puesto de
capitana—. Diría que me he vuelto más lenta.
Cat estaría en el campo con el equipo en aquellos momentos. Se le daba
bien hacerles repasar los ejercicios, pero no era muy brillante dando
ánimos, y el equipo necesitaba motivación para enfrentarse al Manor.
lali echó un vistazo a su reloj. Si salía pitando en cuanto aquello
terminara, quizá llegase al colegio a tiempo. Eso era lo que quería, ¿no?
Al alzar la vista,
 vio que anais tenía el entrecejo fruncido.
—Sería un poco duro decirle eso a una chica que está llorando la pérdida
de una madre, ¿no crees?
lali se encogió de hombros. Si anais hubiera tenido sentido del
humor, si hubiera conocido a Cat, lo habría entendido. Su amiga bromeaba
la mayor parte del tiempo. No pasaba nada. Se conocían desde siempre.
—¿Qué hay de… Brooke?
—Brooks —la corrigió lali.
También le conocía desde siempre. Se le daba mejor escuchar que a
ninguno de los psiquiatras en los que se gastaban el dinero Rhoda y su
padre.
—¿Brooks es un chico? —anais volvió a coger el cuaderno y apuntó
algo—. ¿Sois algo más que amigos?
—¿Qué importa eso? —le soltó lali.
Antes del accidente habían salido una vez, en quinto curso. Pero eran
unos críos. Y ella estaba destrozada porque sus padres iban a separarse y…
—Un divorcio a menudo provoca cierto comportamiento en los hijos que
les dificulta continuar con sus propias relaciones sentimentales.
—Teníamos diez años. No funcionó porque yo quería ir a nadar cuando
él quería montar en bici. ¿Cómo hemos empezado a hablar de esto?
—Dímelo tú. Quizá puedas hablarle a Brooks de tu pérdida. Parece ser
alguien que podría llegar a importarte mucho si te permitieras sentir.
lali puso los ojos en blanco.
—Vuelva a ponerse los zapatos, doctora.
Cogió el bolso y se levantó del diván.
—Tengo que ir a correr.
Iba a salir corriendo de aquella sesión. Correría de vuelta al instituto.
Correría por el bosque hasta que estuviera tan cansada que no le doliera.
Puede que incluso corriera de vuelta al equipo que tanto le gustaba. La
entrenadora tenía razón en una cosa: cuando lali estaba baja de ánimos,
correr la ayudaba.
—¿Te veo el próximo martes? —preguntó anais. Pero para entonces la
terapeuta estaba hablando a una puerta cerrada.
-------------------------continuara-----------------------------------------
mmm ame la parte en que dejo hablando a anais sola jajja comenten y subo

martes, 28 de abril de 2015

capitulo nueve:
Habían ido juntas a Egipto, Turquía y la India, en barco por las islas
Galápagos, todo como parte del trabajo arqueológico de Diana. Una vez,
cuando lali fue a visitar a su madre a una excavación en el norte de
Grecia, perdieron el último autobús de Trikala y pensaron que no les
quedaba más remedio que quedarse allí a pasar la noche, hasta que lali,
con catorce años, le hizo señas a un camión de aceite de oliva e hicieron
autoestop para regresar a Atenas. Se acordó de que su madre la rodeó con
el brazo mientras iban sentadas en la parte trasera del camión, entre las
cubas acres y agujereadas de aceite de oliva, y en voz baja murmuró:
«Sabrías cómo salir hasta de una madriguera en Siberia, niña. Eres la leche
como compañera de viaje». Era el cumplido preferido de lali. Pensaba
en él a menudo cuando se hallaba en una situación de la que necesitaba
escapar.
—Estoy intentando conectar contigo, lali—insistió la doctora 
anais—. 
Las personas más cercanas a ti están intentando conectar
contigo. Les pedí a tu madrastra y a tu padre que anotaran algunas palabras
que describieran los cambios que han notado en ti. —Alargó la mano para
coger un cuaderno marmolado de la mesita auxiliar junto a la silla—.
¿Quieres oírlas?
—Claro. —lali se encogió de hombros—. Siga jugando.
—Tu madrastra…
—Rhoda.
—Rhoda te llamó «fría». Dice que el resto de la familia va con pies de
plomo contigo, que eres «cerrada e impaciente» con tus hermanastros.
lali hizo un gesto de dolor.
—Eso no es cierto…
¿A quién le importaba si era cerrada? Pero ¿que no tenía paciencia con
los mellizos? ¿Era verdad? ¿O era otro de los trucos de Rhoda?
—¿Y qué dice mi padre? Déjeme adivinarlo… ¿«Distante», «taciturna»?
anais pasó una página.
—Tu padre te describe como…, sí, «distante», «estoica» y «difícil».
—Ser estoica no es malo.
Desde que había estudiado el estoicismo griego, lali aspiraba a
controlar sus emociones. Le gustaba la idea de conseguir la libertad
mediante el dominio de sus sentimientos, de contenerlos para que solo ella
pudiera verlos, como una mano de cartas. En un universo sin Rhodas ni
anaises, que su padre la llamara «estoica» tal vez sería un cumplido. Él
también era estoico.
Pero eso de que era difícil le molestaba.
—¿Qué clase de suicida se iba a dejar tratar? —masculló.
anais bajó el cuaderno.
—¿Has vuelto a pensar en el suicidio?
—Me estaba refiriendo a «difícil» —dijo lali, exasperada—. Si fuera
una loca suicida no habría… Da igual.
Pero era demasiado tarde. Había dejado escapar la palabra que
comenzaba por ese, que era como decir «bomba» en un avión. Había
saltado la alarma dentro de anais
Pues claro que lali seguía pensando en el suicidio. Y sí, había
contemplado otros métodos, aunque sabía sobre todo que no podía intentar
ahogarse; no después de lo que le había sucedido a Diana. Una vez había
visto un programa sobre cómo a las víctimas de ahogamiento se les llenan
los pulmones de sangre antes de morir
----------------------------------continuara----------------------------------
nara yo publico en otros blogs mi nove pero igual ay poco comentarios que ay entradas ay pero pocos comentarios igual seguiré subiendo 
-comenten besos isi

lunes, 27 de abril de 2015

capitulo ocho:

—Cuéntame tu recuerdo positivo más reciente —dijo anais.
Eureka se puso cómoda en el diván. Debía de ser aquel día. Debía de ser
el CD de Jelly Roll Morton que sonaba y ella y su madre cantaban con su
horrible tono de voz mientras avanzaban con las ventanillas bajadas por un
puente que nunca terminarían de cruzar. Recordaba que se había reído por
una letra graciosa mientras se acercaban al centro del puente. Recordaba
ver la señal blanca, oxidada, del kilómetro seis.
Después: el olvido. Un enorme agujero negro hasta que despertó en el
hospital de Miami, con el cuero cabelludo lacerado, un tímpano reventado
que nunca se curaría completamente, un tobillo torcido, dos muñecas
gravemente rotas, miles de morados…
Y sin madre.
Su padre estaba sentado en el borde de la cama. Lloró cuando la
muchacha volvió en sí, lo que le puso los ojos más tristes. Rhoda le tendió
unos pañuelos. Sus hermanastros, de cuatro años, William y Claire, la
cogieron de la mano con sus deditos suaves, por la parte que no tapaba el
yeso. Había olido a los mellizos incluso antes de abrir los ojos, antes de
saber que había alguien allí o si estaba viva. Olían igual que siempre: a
jabón Ivory y noches estrelladas.
La voz de Rhoda fue firme cuando se inclinó sobre la cama y se colocó
las gafas rojas encima de la cabeza.
—Has tenido un accidente. Vas a ponerte bien.
Le contaron que una ola gigantesca había salido del océano como un
mito y había arrastrado el Chrysler de su madre hasta sacarlo del puente.
Le dijeron que unos científicos habían buscado en el agua un meteorito que
pudiera haber provocado aquella ola. Le hablaron de los obreros y le
preguntaron a lali si sabía cómo o por qué su coche había sido el único
al que habían permitido cruzar el puente. Rhoda mencionó demandar al
condado, pero su padre le pidió que lo dejara con un gesto. Le preguntaron
a lali por su milagrosa supervivencia y esperaron a que despejara las
incógnitas sobre cómo había terminado en la orilla ella sola.
Al ver que no podía hacerlo, y le contaron lo de su madre.
No escuchó, la verdad es que no oyó nada de aquello. Agradecía que el
tinnitus en el oído ahogara casi todos los sonidos. A veces todavía le
gustaba que el accidente la hubiera dejado medio sorda. Se había quedado
mirando la dulce cara de William, luego la de Claire, pensando que eso la
 ayudaría. 
Pero parecía que tuvieran miedo de ella y eso le dolió más que
los huesos rotos. Así que clavó la vista más allá, la relajó sobre la pared
blanquecina y la dejó allí durante los siguientes nueve días. Siempre les
decía a las enfermeras que su nivel de dolor era de siete sobre diez para
asegurarse de que le administraran más morfina.
—Puede que sientas que el mundo es un lugar muy injusto —probó
anais.
¿Seguía lali en aquella habitación con esa mujer condescendiente a
la que pagaban para que no la comprendiera? Eso sí era injusto. Se imaginó
que los gastados zapatos marrón topo de anais se levantaban
mágicamente de la alfombra, flotaban en el aire y giraban como las
manecillas de un reloj hasta que se acababa la hora y lali salía
corriendo hacia la competición.
—Los gritos de ayuda como el tuyo a menudo son el resultado de
sentirse incomprendido.
«Grito de ayuda» era un eufemismo para «intento de suicidio». No era
un grito de ayuda. Antes de que Diana muriera, lali creía que el mundo
era un lugar increíblemente emocionante. Su madre era pura aventura.
Percibía cosas en un camino normal por el que la mayoría de la gente
pasaba miles de veces. Se reía más fuerte y con más frecuencia que nadie
que lali conociera. Había ocasiones en las que incluso había
avergonzado a lali, pero en ese momento echaba de menos la risa de su
madre más que nada.
-----------------------------continuara----------------------------------
pobre lali no :'( comenten y subo...........eh tratado de subir mas porque tengo hartos capítulos ya adaptados pero comenten 
-besos isi
-seguimos con la maratón?

domingo, 26 de abril de 2015

capitulo siete:

lali no sabía por qué había accedido a hacerlo. Quizá no quería
defraudar a otra persona. Había prometido intentar ponerse en forma antes
de la carrera contra el Manor, volver a probar. Antes le encantaba correr.
Le encantaba el equipo. No obstante, eso pertenecía al pasado.
—lali, ¿puedes contarme algo que recuerdes del día del accidente?
—la animó la doctora anais.
lali estudió el lienzo blanco del techo, como si fuera a aparecer
pintada una pista. Recordaba tan poco del accidente que no merecía la pena
abrir la boca. Un espejo colgaba de la pared al otro lado del despacho.
lali se levantó y se colocó delante de él.
—¿Qué ves? —preguntó anais.
Retazos de la chica que era antes: las mismas pequeñas orejas de soplillo
detrás de las que se metía el pelo, los mismos ojos azul oscuro de su padre,
las mismas cejas asilvestradas si no las domaba a diario… Todo seguía
allí. Y aun así, justo antes de aquella cita, dos mujeres de la edad de Diana
habían pasado por su lado en el aparcamiento y habían susurrado: «Ni su
propia madre la reconocería».
Era una forma de hablar, como el montón de cosas que decían sobre
lali en New Iberia: «Podría discutir con la muralla China y ganar», «No
tiene oído ni para tocar el timbre», «Corre más rápido que una hormiga
pisoteada en las Olimpiadas». El problema de aquellas expresiones era lo
fácil que salían de la boca de la gente. Esas mujeres no pensaban en la
realidad de Diana, que habría reconocido a su hija en cualquier lugar, en
cualquier momento, sin importar las circunstancias.
Trece años de escuela católica hicieron creer a lali que Diana estaba
mirándola desde el cielo y la reconocía en aquel mismo instante. No le
importaría la camiseta rota del árbol de Josué debajo de la rebeca del
colegio de su hija, las uñas mordidas o el agujero en el dedo gordo
izquierdo de sus zapatillas de lona de pata de gallo. Pero puede que le
cabreara cómo llevaba el pelo.
En los cuatro meses desde el accidente, el pelo de lali había pasado
de un rubio oscuro virgen a un rojo chillón (el tono natural de su madre),
un blanco de bote (idea de su tía Maureen, propietaria de un salón de
belleza) y un negro azabache (que finalmente parecía quedarle bien) y
ahora estaba creciendo con un interesante estilo ombré. lali intentó
sonreír a su reflejo, pero se veía la cara rara, como la máscara sonriente 
colgada en
 la pared de su clase de teatro el año anterior.
------------------------------continuara----------------------------------
cortito pero mas tarde subo
-comenten
-besos isi

sábado, 25 de abril de 2015

capitulo seis:
La doctora anais se aclaró la garganta.
lali se quedó mirando fijamente el falso techo.
—Ya sabe por qué estoy aquí.
—Me encantaría oírlo con tus propias palabras.
—Por la mujer de mi padre.
—¿Tienes problemas con tu madrastra?
—Rhoda concierta las citas. Por eso estoy aquí.
La terapia de lali se había convertido en una de las causas de la
esposa de su padre. Primero había sido para enfrentarse al divorcio, luego
para llorar la muerte de su madre y ahora para descargar el intento de
suicidio. Sin Diana (su madre), no había nadie que intercediera en favor de lali
para hacer una llamada y despedir al matasanos. lali se imaginaba a sí
misma atrapada en las sesiones con la doctora anais a los ochenta y cinco
años, igual de fastidiada que en la actualidad.
—Sé que ha sido duro perder a tu madre —dijo anais—. ¿Cómo te
sientes?
lali se concentró en la palabra «perder», como si Diana y ella se
hubieran separado sin querer en medio de una muchedumbre y pronto
fueran a reencontrarse, a cogerse de la mano para pasear hacia el
restaurante más próximo en el muelle, comer unas almejas fritas y
continuar como si nunca se hubieran separado.
Aquella mañana, desde el otro extremo de la mesa del desayuno, Rhoda
le había enviado a lali un mensaje: «Doctora anais, 15.00». Había un
hipervínculo para que enviara la cita al calendario de su teléfono. Cuando
lali hizo clic en la dirección de la consulta, un banderín en el mapa
marcó la localización de Main Street en New Iberia.
—¿New Iberia? —dijo con voz quebrada.
Rhoda le dio un sorbo a un zumo verde de aspecto repugnante.
—Pensé que te gustaría.
New Iberia era la ciudad donde lali había nacido y se había criado.
Era el lugar que todavía consideraba su hogar, donde había vivido con sus
padres durante el período no hecho añicos de su vida, hasta que se
separaron y su madre se mudó, y su padre, que antes caminaba con paso
seguro, comenzó a arrastrar los pies hasta parecer uno de esos cangrejos de
pinzas azules del Victor’s, donde había trabajado como chef.
Eso fue cuando el Katrina, y el Rita vino justo después. La antigua casa
de lali seguía allí —había oído que ya vivía otra familia en ella—, pero
ras los huracanes,
 su padre no había querido dedicarle el tiempo ni los
sentimientos necesarios para repararla. Así que se mudaron a Lafayette, a
veinticuatro kilómetros y treinta años luz de casa. Su padre consiguió
trabajo de cocinero en el Prejean’s, que era más grande y mucho menos
romántico que el Victor’s. lali cambió de colegio, lo que fue un rollo.
Antes de que lali supiera siquiera que su padre había superado lo de su
madre, ya se habían mudado a una casa grande en Shady Circle. Pertenecía
a una señora autoritaria llamada Rhoda. Estaba embarazada. La nueva
habitación de lali se encontraba al final del pasillo, más allá de la
habitación del bebé que estaban preparando.
Así que no, Rhoda, a lali no le gustaba que aquella nueva terapeuta
viviera en New Iberia. ¿Cómo se suponía que iba a conducir hasta la
consulta y llegar a tiempo a la carrera?
El encuentro deportivo era importante, no solo porque el Evangeline
corría contra su rival, el instituto Manor, sino porque lali le había
prometido a la entrenadora que ese día decidiría si se quedaba en el equipo.
Antes de que Diana muriera, habían nombrado a lali capitana jefe.
Tras el accidente, cuando estuvo lo bastante fuerte físicamente, sus amigas
le pidieron que corriera unas cuantas carreras en verano, pero la única en la
que había participado le había dado ganas de gritar. Los alumnos de cursos
inferiores le tendían vasos de agua con lástima. La entrenadora achacó la
lentitud de lali  a las muñecas escayoladas, pero era mentira. Ya no
tenía el corazón en la carrera. No estaba con el equipo. Su corazón se
hallaba en el océano con Diana.
Después de las pastillas, la entrenadora le había llevado unos globos, que
quedaban ridículos en la estéril habitación del ala psiquiátrica. Ni siquiera
le habían permitido quedárselos al finalizar las horas de visita.
—Lo dejo —le dijo lali. La avergonzaba que la vieran atada a la
cama por las muñecas y los tobillos—. Dígale a Cat que puede quedarse
con mi taquilla.
La triste sonrisa de la entrenadora sugería que, tras un intento de
suicidio, las decisiones de una chica tenían menos peso que los cuerpos en
la luna.
—He pasado por dos divorcios y la batalla de una hermana contra el
cáncer —explicó la entrenadora—. No estoy diciendo esto porque seas la
más rápida de mi equipo. Te lo digo porque tal vez correr sea la terapia que
necesitas. Cuando te encuentres mejor, ven a verme y hablaremos de esa t
aquilla.
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pronto apare sera peter así que esperen 
-besos isi
-comenten
capitulo cinco:

«Suicidio.» Aquella palabra sonaba más violenta que el intento cometido
en realidad. La noche antes de que empezara su último año de instituto,
lali había abierto la ventana y había dejado que las diáfanas cortinas
blancas se inflaran hacia ella mientras estaba tumbada en la cama. Había
tratado de pensar en algo bueno que le deparara el futuro, pero su mente no
dejaba de retroceder a los momentos de alegría perdidos de los que jamás
volvería a disfrutar. No podía vivir en el pasado, así que decidió que no
podía vivir. Encendió el iPod. Y se tragó las últimas pastillas de oxicodona
que su padre tenía en el botiquín para el dolor que le provocaba el disco
fusionado de la columna vertebral.
Ocho, quizá nueve pastillas; no las contó mientras descendían por su
garganta. Pensó en su madre. Pensó en María, la madre de Dios, de la que
había crecido creyendo que rezaba por todas las personas en el momento de
su muerte. lali conocía las enseñanzas católicas sobre el suicidio, pero
creía en María, cuya misericordia era inmensa, creía que entendería que
lali había perdido tanto que ya no había nada que hacer salvo rendirse.
Se despertó en una fría sala de urgencias, atada con correas a una
camilla y atragantándose con el tubo de una bomba estomacal. Oyó a su
padre y a Rhoda discutir en el pasillo mientras una enfermera la obligaba a
beber un horrible carbón vegetal líquido para que se uniera a los venenos
que no habían podido expulsar de su organismo.
Puesto que no conocía las palabras que la habrían sacado de allí antes
—«Quiero vivir», «No volveré a intentarlo»—, lali  pasó dos semanas
en un psiquiátrico. Jamás olvidaría lo absurdo que fue saltar a la cuerda
junto a una enorme mujer esquizofrénica durante los ejercicios de
calistenia, o comer avena con el universitario que no se había cortado las
muñecas con suficiente profundidad y que escupía en la cara de los
celadores cuando intentaban darle las pastillas. De cualquier modo,
dieciséis días más tarde, lali caminaba con dificultad hacia la misa de
la mañana, antes de la primera clase en el instituto Evangeline Catholic,
donde francys Pogue, una estudiante de segundo procedente de la ciudad de
Opelousas, la detuvo en la puerta de la capilla con un «Debes sentirte
afortunada por estar viva».
lali  había lanzado una mirada de odio a los ojos claros de francys que
había hecho que la chica ahogara un grito, antes de persignarse y escurrirse
al banco más cercano. En las seis semanas tras su vuelta al Evangeline,
lali  había dejado de contar cuántos amigos había perdido.
capitulo cuatro:


En la calma de la pequeña sala de espera beis, a lali le pitaba el oído
malo. Se lo mas-ajeó, una costumbre desde el accidente, que la había dejado
medio sorda. No sirvió de nada. En el otro extremo de la habitación,
giraron el pomo de la puerta. Una mujer con una blusa blanca de gasa, una
falda verde oliva y un magnífico pelo rubio, recogido, apareció en el
espacio iluminado por una lámpara.
—¿lali?
Su voz baja competía con el burbujeo de un acuario que tenía dentro un
buzo de plástico fluorescente arrodillado en la arena, pero no había señal
de que contuviera peces.
lali  le echó un vistazo al vestíbulo vacío, deseando invocar a una
lali invisible que ocupara su lugar en ese momento.
—Soy la doctora anais. Entra, por favor.
Desde que su padre se había vuelto a casar hacía cuatro años, lali
había sobrevivido a una armada de terapeutas. Una vida controlada por tres
adultos que no se ponían de acuerdo en nada resultaba mucho más
complicada que una dirigida por dos. Su padre había dudado del primer
psicoanalista, un freudiano de la vieja escuela, casi tanto como su madre
había odiado al segundo, un psiquiatra de párpados pesados que repartía
atontamiento en pastillas. Luego Rhoda, la nueva esposa del padre, entró
en escena y lo intentó con el orientador del instituto, con un acupuntor y
con clases de control de la ira. Pero lali  se había puesto firme en la
elección de la condescendiente terapeuta familiar, en cuyo despacho su
padre nunca se había sentido menos de la familia. En realidad, le había
medio gustado el último loquero, que había propuesto un lejano internado
en Suiza, hasta que su madre se enteró y amenazó con demandar al padre.
lali se fijó en los zapatos marrones, de piel y sin cordones, de su
nueva terapeuta. Ella ya se había sentado en el diván enfrente de 
muchos pares de zapatos similares. Las doctoras tenían aquel truquito: se quitaban
sus zapatos planos al principio de la sesión y volvían a ponérselos para 
indicar 
que habían terminado. Todas debían de haber leído el mismo
artículo aburrido sobre que el Método del Zapato era una manera más
delicada de decirle al paciente que se había acabado el tiempo.
La consulta era expresamente tranquilizante: un largo diván de piel
granate apoyado contra la ventana de postigos cerrados, dos sillas
tapizadas enfrente de una mesa de centro con un cuenco lleno de esos
caramelos de café con el envoltorio dorado y una alfombra bordada con
huellas de distintos colores. Un ambientador eléctrico hacía que todo oliera
a canela, lo que a lali no le importaba. anais se sentó en una de las
sillas. lali tiró al suelo su bolsa, que cayó con un golpe fuerte (los
libros de las clases avanzadas eran ladrillos) y se deslizó en el diván.
bonito sitio —dijo—. Debería comprar uno de esos péndulos
oscilantes de bolas plateadas. Mi última doctora tenía uno. O tal vez una
fuente con grifos para agua caliente y fría.-
—Si quieres agua, hay una jarra junto al lavabo. No me importaría…
—No se preocupe.
lali ya había dejado escapar más palabras de las que pretendía
pronunciar en toda la hora. Estaba nerviosa. Respiró hondo y volvió a
levantar sus muros. Se recordó a sí misma que era una estoica.
anais  liberó uno de los pies de los zapatos marrones y luego usó la
punta de ese pie enfundado en la media para quitarse el otro zapato por el
talón y revelar unas uñas rojas. Con los dos pies metidos bajo los muslos,
anais apoyó la barbilla en la palma de la mano.
—¿Qué te ha traído aquí?
Cuando lali se veía atrapada en una mala situación, su mente volaba
a destinos disparatados que no intentaba evitar. Se imaginó una caravana
pasando por un desfile triunfal en medio de New Iberia, escoltándola a lo
grande hasta su terapia.
Pero anais  parecía sensata, interesada en la realidad de la que lali
ansiaba escapar. Lo que la había llevado allí era su Jeep rojo. El tramo de
veintisiete kilómetros entre aquella consulta y su instituto la había llevado
allí, y cada segundo llevaba a otro minuto que no estaba en la escuela
calentando para la carrera a campo a través de aquella tarde. La mala
suerte la había llevado allí.
¿O era la carta del hospital Acadia Vermilion, donde afirmaban que
debido a su último intento de suicidio la terapia no era opcional sino
obligatoria?
maratón :
capitulo tres segunda parte:

Tenía una oportunidad. Las ventanillas estaban por encima del nivel del
agua. En cuanto regresara la ola, el coche quedaría aplastado en su
depresión. peter no habría podido explicar cómo su cuerpo se levantó del
agua y se deslizó por el aire. Saltó hacia la ola y extendió las manos.
Esta muchacha y cuerpo tan rígido como un palo. Sus ojos oscuros
estaban abiertos y el azul se agitaba en ellos. La sangre le resbalaba por el
cuello cuando se volvió hacia él. ¿Qué vio? ¿Qué era él?
Esta pregunta y su mirada paralizaron a peter. En aquel momento de
confusión, la ola los envolvió y se perdió una oportunidad crucial: tan solo
tendría tiempo de salvar a una de las dos. Sabía lo cruel que era. Pero,
egoísta mente, no podía dejar a la chica.
Justo antes de que la ola estallara encima de ellos, peter la cogió de la
mano
-----------------------------continuara------------------------------------------------------------------------
se me olvido colocar esta parte ups ...en un rato subo mas ahora lali empezara a hablar

viernes, 24 de abril de 2015

capitulo tres:

Tenía 
amigos y una familia que la quería. Tenía una vida ante ella, varias
posibilidades que se abrían en abanico, como las ramas de un roble hacia
un cielo infinito. Poseía un don para hacer que las cosas a su alrededor
parecieran espectaculares.
A peter no le gustaba pensar en el hecho de que algún día la chica
pudiera llegar a hacer lo que los Portadores de la Simiente temían que
hiciera. La duda le consumía. Conforme la ola se acercaba, consideró dejar
que se lo llevara a él también.
Si quería morir, tendría que salir del barco. Tendría que soltar los
asideros del final de la cadena soldada al ancla. Daba igual lo fuerte que
fuese la ola, porque la cadena de peter no se rompería; no arrancaría el
ancla del fondo del mar. Estaba hecha de oricalco, un antiguo metal
considerado mitológico por los arqueólogos modernos. El ancla de aquella
cadena era una de las cinco reliquias hechas con la sustancia que los
Portadores de la Simiente preservaban. La madre de la chica, una científica
poco común que creía en la existencia de cosas que no podía demostrar,
habría arriesgado toda su carrera por descubrir tan solo una.
El ancla, la lanza y el átlatl, el vaso lacrimatorio y el pequeño cofre
tallado que desprendía una luz verde antinatural era lo que quedaba de su
estirpe, del mundo del que nadie hablaba, del pasado que los Portadores de
la Simiente tenían como única misión contener.
La chica no sabía nada de los Portadores de la Simiente. Pero ¿acaso
conocía sus propios orígenes? ¿Podía retroceder en su linaje familiar tan
rápido como él podía recorrer el suyo, retroceder al mundo perdido en la
inundación, al secreto al que ambos, ella y él, estaban inextricablemente
vinculados?
Había llegado el momento. El coche se acercaba al kilómetro seis. peter
observó como la ola emergía contra un cielo que se iba oscureciendo hasta
que su cresta blanca dejó de confundirse con una nube. Vio como se
elevaba a cámara lenta, seis metros, diez metros; una pared de agua que
avanzaba hacia ellas, negra como la noche.
Su rugido casi ahogó el grito que salió del vehículo. Un alarido que no
parecía propio de ella, sino más bien de la madre. peter se estremeció. El
sonido indicaba que por fin habían visto la ola. Las luces de los frenos se
encendieron. Después se aceleró el motor. Demasiado tarde.
La tía Cora había cumplido con su palabra: había levantado la ola
perfectamente. Esta llevaba un tenue olor a citronela,
 el toque de Cora para
ocultar el hedor a metal quemado que acompañaba a la hechicería del
Céfiro. Compacta a lo ancho, la ola era más alta que un edificio de tres
plantas, con un vórtice concentrado en sus entrañas y un borde espumoso
que partiría el puente por la mitad, pero dejaría intacto el suelo a ambos
lados. Cumpliría con su función limpiamente y, lo que era más importante,
deprisa. Apenas daría tiempo a los turistas detenidos al principio del
puente a sacar los móviles para grabarlo.
Cuando rompió la ola, el tubo se extendió por el puente y volvió hacia
atrás para chocar contra la barrera divisoria de la carretera a tres metros
delante del coche, justo como estaba planeado. El puente crujió. La
carretera se combó. El coche giró hacia el centro del remolino. El chasis se
llenó de agua. La ola lo levantó y el vehículo pasó por encima de la cresta
para salir disparado hacia el puente por una rampa de mar agitado.
peter vio como el Chrysler daba una vuelta en el aire hacia la pared de
la ola. Mientras bajaba tambaleándose, el chico quedó consternado por lo
que vio a través del parabrisas. Allí estaba ella, con su cabello rubio
oscuro, extendido hacia fuera y hacia arriba. Un suave contorno, como el
de una sombra proyectada por la luz de una vela. Los brazos estirados
hacia su madre, cuya cabeza golpeaba el volante. Su grito atravesó a peter
como si fuera cristal.
Si aquello no hubiera sucedido, todo podría haber sido diferente. Pero
ocurrió.
Por primera vez en su vida, le miró.
Las manos de peter resbalaron de los asideros del ancla de oricalco. Sus
pies se levantaron del suelo del barco pesquero. Para cuando el coche cayó
al agua, el chico ya estaba nadando hacia la ventanilla abierta, luchando
contra la ola, sacando las últimas fuerzas antiguas que fluían por su sangre.
Era la guerra entre peter y la ola. Esta chocaba contra él, le empujaba
hacia el banco de arena del golfo, aporreándole las costillas, amoratándole
el cuerpo. peter apretó los dientes y nadó a pesar del dolor, a pesar del
arrecife de coral que le rasgaba la piel, a pesar de los fragmentos de cristal
y los trozos del guardabarros, a pesar de las gruesas cortinas de algas. Sacó
la cabeza a la superficie para coger aire y vio la retorcida silueta del coche,
que desapareció bajo un mundo de espuma. Casi se echó a llorar ante la
idea de no llegar a tiempo.
Todo se calmó. La ola se retiró, reuniendo los restos flotantes, y elevó el
coche a su paso. Dejando a peter atrás.
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sábado, 18 de abril de 2015

capitulo dos:

peter no iba al colegio. Él estudiaba a la chica. Los Portadores de la
Simiente le obligaban a hacerlo, a perseguirla. A aquellas alturas, ya era un
experto.
A la chica le encantaban las pacanas y las noches despejadas en que
podía ver las estrellas. Tenía muy mala postura en la mesa, pero cuando
corría, parecía que volaba. Se depilaba las cejas con unas pinzas de
brillantitos y en Halloween todos los años se disfrazaba con el viejo
vestido de Cleopatra de su madre. Bañaba la comida en tabasco, corría un
kilómetro y medio en menos de seis minutos y tocaba la guitarra Gibson de
su abuelo, sin técnica pero con mucho sentimiento. Pintaba lunares en sus
uñas y en las paredes de su habitación. Soñaba con dejar las aguas
pantanosas del bayou por una gran ciudad como Dallas o Memphis, y tocar
canciones a micrófono abierto en clubes nocturnos. Quería a su madre con
locura, una pasión inquebrantable que peter envidiaba y se esforzaba por
comprender. Llevaba camisetas de tirantes en invierno, iba con sudaderas a
la playa, le daban miedo las alturas y aun así adoraba las montañas rusas, y
no pensaba casarse nunca. No lloraba. Al reír cerraba los ojos.
Lo sabía todo sobre ella. Bordaría cualquier examen sobre sus
complejidades. Había estado observándola desde el 29 de febrero en el que
había nacido. Al igual que todos los Portadores de la Simiente. Había
estado observándola desde antes de que ninguno de ellos aprendiera a
hablar. Nunca habían hablado.
Ella era su vida.
Y tenía que matarla.
La chica y su madre tenían las ventanillas bajadas. A los Portadores de
la Simiente no les gustaría. Sabía perfectamente que a uno de sus tíos le
habían encargado bloquear las ventanas mientras madre e hija jugaban a
las cartas en una cafetería con el toldo azul.
Sin embargo, peter había visto una vez a la madre de la chica meter un
palo en el regulador de tensión de un coche con la batería descargada para
arrancarlo de nuevo. Había visto a la joven cambiar un neumático a un lado
de la carretera con un calor espantoso sin derramar una gota de sudor.
Aquellas mujeres podían hacer ciertas cosas. «Más razón aún para
matarla», decían sus tíos, llevándole siempre a defender el linaje de los
Portadores de la Simiente. Pero a peter no le asustaba nada de lo que veía
en aquella chica; todo aumentaba su fascinación por ella.
Unos antebrazos bronceados asomaron por ambas ventanillas al pasar
por el kilómetro tres.
 De tal palo tal astilla. Las dos giraban las muñecas al
ritmo de la música que sonaba en la radio y que a peter le hubiera gustado
oír.
Se preguntaba cómo olería la sal en la piel de la chica. La idea de estar
lo bastante cerca para olerla le bañaba como una ola de placer vertiginoso
que se elevaba hasta la náusea.
Una cosa era cierta: jamás la tendría.
Cayó de rodillas en el banco. La embarcación se balanceó bajo su peso,
destruyendo el reflejo de la luna naciente. Luego volvió a tambalearse, con
más fuerza, lo que indicaba una alteración en alguna parte, en el agua.
Se estaba formando la ola.
Lo único que debía hacer era observar. Su familia se lo había dejado
muy claro. La ola alcanzaría el coche y lo haría caer por encima del puente
como una flor arrastrada por el desbordamiento de una fuente. El mar se
las tragaría hasta sus profundidades. Eso era todo.
Cuando su familia había urdido el plan en el destartalado apartamento de
vacaciones de Cayo Hueso con «vistas al jardín» (un callejón lleno de
hierbajos), nadie había hablado de las olas subsiguientes que harían
desaparecer tanto a la madre como a la hija. Nadie mencionó lo despacio
que se descompone un cadáver en el agua fría. Pero peter llevaba toda la
semana teniendo pesadillas en las que imaginaba el cuerpo de la joven tras
su muerte.
Su familia dijo que después de la ola se acabaría todo y peter podría
comenzar una nueva vida. ¿Acaso no era eso lo que había dicho que
quería?
Simplemente tenía que asegurarse de que el coche se quedara bajo el
mar el tiempo suficiente para que la chica muriera. Si por casualidad —
aquí los tíos empezaron a discutir— la madre y la hija conseguían liberarse
y salir a la superficie, entonces peter tendría que…
«No», repuso su tía Cora con una voz lo bastante alta para silenciar una
habitación llena de hombres. Cora era lo más parecido que peter tenía a
una madre. La quería, pero no le gustaba. «No ocurrirá», había dicho. La
ola que Cora provocaría sería lo bastante fuerte. peter no tendría que
ahogar a la chica con sus propias manos. Los Portadores de la Simiente no
eran asesinos. Eran los custodios de la humanidad, los que impedían la
llegada del Apocalipsis. Estaban generando «un acto de Dios».
Pero sí era un asesinato. En aquel momento la chica estaba viva
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comenten 
-besos isi <3 

miércoles, 15 de abril de 2015

capitulo 1:

El coche pasó el primero de los once kilómetros del largo puente hacia,la ciudad de Marathon, en medio de los Cayos de Florida. La ola de los Portadores de la Simiente estaba destinada al kilómetro seis, justo pasado,el centro del puente. Cualquier cosa, desde un ligero descenso de la
temperatura hasta la velocidad del viento, pasando por la textura del fondo
marino, podría alterar la dinámica de la ola. Los Portadores de la Simiente
debían estar preparados para adaptarse. Podían hacer algo así: crear una ola
en el océano usando un soplo antediluviano para después dejarla caer en un
lugar determinado, como una aguja sobre un disco que desatara una música
de mil demonios. Hasta podrían salir impunes. Nadie juzgaría un crimen
que no supiera que se había cometido.
La creación de olas era un elemento del poder cultivado de los
Portadores de la Simiente, el Céfiro. No se trataba de dominar el agua, sino
más bien de la habilidad para manipular el viento, cuyas corrientes ejercían
una fuerza poderosa sobre el océano. Habían criado a peter para que
venerara al Céfiro como una divinidad, aunque sus orígenes no estaban
claros. Había nacido en un tiempo y un lugar que los ancianos Portadores
de la Simiente ya no mencionaban.
Llevaban meses hablando únicamente de la certeza de que el viento
adecuado bajo el agua adecuada sería lo bastante potente para matar a la
chica adecuada.
El límite de velocidad era de sesenta kilómetros por hora y el Chrysler
iba a cien. peter se secó el sudor de la frente.
Una luz azul pálida brillaba dentro del coche. De pie en el barco,peter
no les veía la cara. Tan solo distinguía dos coronillas, unos orbes oscuros
apoyados en los reposa cabezas. Se imaginó a la chica escribiendo un
mensaje a una amiga para contarle las vacaciones con su madre, haciendo
planes para quedar con la vecina de las mejillas salpicadas de pecas o con
aquel chaval con el que pasaba tiempo y al que peter no soportaba.
Llevaba toda la semana viéndola leer en la playa el mismo libro de
bolsillo descolorido, El viejo y el mar. La observaba pasar las páginas con
la lenta agresividad de alguien que está sumamente aburrido. Aquel otoño
ella cursaría el último año en el instituto y peter sabía que se había
matriculado en tres clases avanzadas; una vez estaba en uno de los pasillos
del supermercado y, a través de las cajas de cereales, oyó como la
muchacha hablaba con su padre de eso. Sabía lo mucho que ella odiaba el cálculo.
---------------------------------continuara------------------------------------------------
el primer capitulo ya saben comentarios y el segundo
otra cosa si los cap son cortos es porque NO comentan o no les gusta o que??
3 comentarios 
baje los comentarios porque NO COMENTAN solo eso.
gracias a las que comentaron el prologo 
-besos isidora.

lunes, 6 de abril de 2015

hola tanto tiempo ...bue no tanto...espero que estén bien y ay noticias emm se cancela *amor de mi vida* temporalmente hasta nuevo aviso por el tema de las clases pero subire una adaptación de un libro que me estoy leyendo es la ultima lagrima así que aquí va el prologo espero que les guste y si ay mas de 5 comentarios el primer capitulo hoy --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------la ultima lagrima 

prologo:
Había llegado el momento.
Un atardecer ámbar oscuro. La humedad tirando del cielo apacible. Un
coche solitario recorriendo el puente Seven Mile hacia el aeropuerto de
Miami, hacia un vuelo que no se cogería. Una ola gigantesca elevándose en
el agua, al este de los Cayos, convirtiéndose en un monstruo que
desconcertaría a los oceanógrafos en las noticias de la noche. El tráfico
detenido en la entrada del puente por unos hombres vestidos de obreros que
cortaban de forma temporal la carretera.
Y él: el chico en el barco pesquero robado, a cien metros al oeste del
puente. El ancla echada. Los ojos fijos en el último coche al que habían
dejado cruzar. Llevaba allí una hora y se quedaría tan solo unos instantes
más para observar; no, para supervisar la tragedia inminente, para
asegurarse de que en esa ocasión todo iba a ir bien.
Los hombres que se hacían pasar por obreros se llamaban a sí mismos
los Portadores de la Simiente. El muchacho del barco también era uno de
ellos, el más joven de su estirpe. El coche del puente era un Chrysler K de
1988, color champán, con doscientos mil kilómetros y un espejo retrovisor
pegado con cinta adhesiva. La conductora era arqueóloga, pelirroja, madre.
La pasajera era su hija, una adolescente de diecisiete años procedente de
New Iberia, Luisiana, y el objetivo de los Portadores de la Simiente. Madre
e hija estarían muertas en cuestión de minutos… si el chico no lo
estropeaba.
Se llamaba peter. Estaba sudando.
Estaba enamorado de la joven del coche. Así que allí, en aquel momento,
con el suave calor de Florida a finales de primavera, las garzas azules
persiguiendo a las garcetas blancas por un cielo ópalo negro y el agua en
calma a su alrededor, peter debía elegir entre cumplir con las obligaciones
de su familia o…
No.
La elección era más simple que eso: salvar al mundo o salvar a la chica
------------------------------------continuara---------------------------
5 comentarios y va el primer capitulo 
-besos isi