domingo, 26 de abril de 2015

capitulo siete:

lali no sabía por qué había accedido a hacerlo. Quizá no quería
defraudar a otra persona. Había prometido intentar ponerse en forma antes
de la carrera contra el Manor, volver a probar. Antes le encantaba correr.
Le encantaba el equipo. No obstante, eso pertenecía al pasado.
—lali, ¿puedes contarme algo que recuerdes del día del accidente?
—la animó la doctora anais.
lali estudió el lienzo blanco del techo, como si fuera a aparecer
pintada una pista. Recordaba tan poco del accidente que no merecía la pena
abrir la boca. Un espejo colgaba de la pared al otro lado del despacho.
lali se levantó y se colocó delante de él.
—¿Qué ves? —preguntó anais.
Retazos de la chica que era antes: las mismas pequeñas orejas de soplillo
detrás de las que se metía el pelo, los mismos ojos azul oscuro de su padre,
las mismas cejas asilvestradas si no las domaba a diario… Todo seguía
allí. Y aun así, justo antes de aquella cita, dos mujeres de la edad de Diana
habían pasado por su lado en el aparcamiento y habían susurrado: «Ni su
propia madre la reconocería».
Era una forma de hablar, como el montón de cosas que decían sobre
lali en New Iberia: «Podría discutir con la muralla China y ganar», «No
tiene oído ni para tocar el timbre», «Corre más rápido que una hormiga
pisoteada en las Olimpiadas». El problema de aquellas expresiones era lo
fácil que salían de la boca de la gente. Esas mujeres no pensaban en la
realidad de Diana, que habría reconocido a su hija en cualquier lugar, en
cualquier momento, sin importar las circunstancias.
Trece años de escuela católica hicieron creer a lali que Diana estaba
mirándola desde el cielo y la reconocía en aquel mismo instante. No le
importaría la camiseta rota del árbol de Josué debajo de la rebeca del
colegio de su hija, las uñas mordidas o el agujero en el dedo gordo
izquierdo de sus zapatillas de lona de pata de gallo. Pero puede que le
cabreara cómo llevaba el pelo.
En los cuatro meses desde el accidente, el pelo de lali había pasado
de un rubio oscuro virgen a un rojo chillón (el tono natural de su madre),
un blanco de bote (idea de su tía Maureen, propietaria de un salón de
belleza) y un negro azabache (que finalmente parecía quedarle bien) y
ahora estaba creciendo con un interesante estilo ombré. lali intentó
sonreír a su reflejo, pero se veía la cara rara, como la máscara sonriente 
colgada en
 la pared de su clase de teatro el año anterior.
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cortito pero mas tarde subo
-comenten
-besos isi

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